Silent Hill 3: La Novela - Capítulo 4: El Santuario
Heather se dirigió de vuelta al motel Jack's Inn, que habían acordado como lugar de encuentro. Al entrar a la habitación, se encontró con una presencia inesperada. Un hombre joven, vestido con un chaleco y pantalón fino, muy diferente al desaliñado Douglas, le dio la bienvenida. Heather se sintió irritada de tan sólo verlo.
— Vincent…
— Me alegra ver que me recuerdas —sonrió el joven de anteojos.
— ¿Qué estás haciendo aquí? —exigió saber Heather.
— Tenía que ocuparme de algunos asuntos —Vincent esquivó la pregunta.
Heather le apuntó con su arma. A pesar de verse inteligente y algo apuesto, no había nada que la hiciera confiar en él. Después de todo, seguía siendo un asociado de Claudia. Y Heather aún no se olvidaba de cuando insultó a Harry.
— Siempre eres tan contundente —Vincent sonrió con un poco de preocupación—. Vine a hablarle a Douglas sobre Leonard; quería decirle que ya no hay punto en seguir buscándolo.
— Así que ya sabes... —la voz de Heather se apagó de a poco.
— Lo sé todo. Te encontraste con Leonard... He estado observando.
— ¿Me has estado espiando?
— Este pueblo es mi hogar. Puedo verlo todo, siempre.
— ¿Y viniste a decirle a Douglas? Qué amable de tu parte. Di la verdad.
— No estoy mintiendo.
— Como sea, bien, voy a dejarlo. Así que, ¿dónde está Douglas?
— Ah, te dejó un mensaje. No pudo esperar más y se fue. Me dejó a mí a cargo de esta habitación. En serio, qué hombre más impaciente. Debería tener más cuidado, pero no podía quedarse quieto y--
Heather sacudió su arma para interrumpir la charla innecesaria.
Vincent se encogió de hombros.
— Dijo que la iglesia está al otro lado del lago Toluca.
— ¿Y eso es todo?
— Sí, eso es todo.
— ¿Qué quiso decir?
— ¿No lo entiendes? Es donde Claudia está. Al otro lado del lago, en el distrito norte del pueblo.
Heather reaccionó con desconfianza.
— Así que le hablaste a Douglas sobre la iglesia. ¿Y ahora lo haces pasar por su mensaje?
Vincent siguió sonriendo. Heather continuó su ofensiva.
— ¿Qué estás planeando?
— Nada... Si quieres llegar a la iglesia, sería mejor que entres cruzando el parque de atracciones. Probablemente sea la única entrada que queda. Este pueblo es bastante curioso, ya sabes. No podrías llegar ahí por rutas convencionales.
— Enviarme a la iglesia... Ese es tu verdadero plan, ¿no es así?
— Ey, confía en mí. Nunca miento.
«Pff, ¿confiar en ti? ¡Como si alguien pudiera!» Heather quiso decirle, pero se acercó a la puerta en silencio.
— Cuídate —le dijo Vincent—. El parque está lejos, ¡pero no tanto como el Cielo!
Heather recuperó unas balas extra del coche de Douglas y recargó su pistola, dejando atrás el motel. Su escopeta se había estropeado en la pelea con Leonard, así que sólo contaba con la pistola. También llevaba un cuchillo de caza en su cinturón, pero seguro que no bastaría contra los peligros a los que esperaba enfrentarse.
El parque de atracciones...
Un presentimiento angustiante la invadió cuando Vincent lo mencionó. Si aún le quedaba algo de suerte tras todo lo que había vivido, resultaría ser sólo un miedo irracional. Sin embargo, a medida que avanzaba hacia el noroeste por la avenida Nathan, se encontró ante una recreación de su peor pesadilla. El crepúsculo ya estaba cubriendo el pueblo. Aunque las luces se habían atenuado, la silueta del arco de entrada se asomaba en la niebla, idéntica a la que había visto en su sueño en el centro comercial.
Si tan sólo fuera un sueño... Pero, ¿y si fuera una premonición?
Reprimiendo el deseo de darse la vuelta y huir, Heather cruzó las puertas. Al otro lado, un augurio ominoso la envolvió, como si hubiera cruzado una barrera que nunca debió ser cruzada, conteniendo más maldad que en ningún otro lugar. Algo se gatilló dentro de Heather, derribándola adolorida al piso. No podía seguir en pie.
Un repentino dolor abdominal se apoderó de ella, y lo que se sentía como un lago de sudor se acumuló en su frente. Pronto, se vio incapaz de resistir la necesidad de gritar en agonía. Podía sentir algo moviéndose dentro de ella, tratando de adueñarse de su control.
¡No! ¡No te lo permito!
Las contracciones se calmaron casi tan rápidamente como empezaron. Heather se puso de vuelta en pie y secó el sudor de su frente. A pesar del mareo persistiendo en sus sentidos, siguió adelante, acelerando el paso y profundamente deseando que todo terminase pronto.
— Un conejo...
Un poco más adelante, sentado en una banca en la penumbra, había un disfraz de conejo idéntico al de su pesadilla. La cabeza de la mascota del parque estaba salpicada de sangre. No tenía ningún deseo de averiguar qué, o quién, podría estar bajo el disfraz. «La ignorancia es una bendición», pensó, mientras ignoraba una jaula del tamaño de una cabina telefónica con un cuerpo retorciéndose dentro.
Caminó con cuidado por el suelo de ladrillos, convertido en algunas secciones en una rejilla de metal gigante, chicharreando bajo sus pies. Eventualmente, llegó a otra puerta. Si eso era realmente una recreación de su pesadilla, monstruos la esperaban al otro lado. Sostuvo la pistola en sus manos, suspiró profundamente, y trató de calmarse. Mapeó la ruta a través del parque en su mente, basándose en su sueño.
— Okay. Vamos. Ahí voy, Claudia.
Heather abrió la puerta con su corazón lleno de determinación. La búsqueda de Claudia le provocaba un torbellino de emociones arrasando por su interior, un remolino mucho más complejo y volátil que antes.
Al otro lado del parque, cerca de las tazas giratorias, Douglas y Claudia se enfrentaban cara a cara en la oscuridad. Douglas alzó su pistola hacia su enemiga con una expresión resoluta.
— Te contraté para que la encontraras, y lo conseguiste exitosamente. Nuestro contrato ya terminó. Tu paga ya está depositada en tu cuenta... ¿O tienes otros asuntos pendientes conmigo?
— Esto no se trata del dinero. Se trata de Heather.
— ¿Qué quieres decir?
Claudia frunció el ceño ante el barril del arma.
— Puse a la chica en aprietos por culpa de tus mentiras.
— ¿Mentiras? ¿Qué mentiras?
— Me dijiste que Heather fue raptada.
— Es la verdad. Originalmente, ella era una de nosotras. Ese hombre, Harry Mason, nos la arrebató.
— No, ella era feliz con Harry. Además, decir que ella le pertenece a tu secta es una violación de sus derechos.
— Ella es la Madre Sagrada, quien dará a luz a Dios. Tus asuntos mundanos y terrenales están por debajo de ella.
— ¿Dar a luz...?
— Cuando Alessa finalmente despierte dentro de ella, Dios nacerá. Esa es la mayor alegría que puede experimentar... algo que ella no puede comprender, porque ese hombre la engañó con felicidad falsa. Si alguien miente aquí, es Harry Mason.
— Ah, ¿sí? ¿Y qué va a pasar cuando este "Dios" nazca?
— Dios traerá un paraíso eterno. Todos recibirán salvación por igual. Nada de hambre, ni enfermedad, ni vejez, ni deseos caprichosos por competir. La gente vivirá sólo por la gracia de Dios.
— Nada de esto, nada de esto otro, nada de nada. Suena como un corral para borregos castrados.
— Me das lástima. Sigues sin entender. Eres un cordero, domesticado por un mundo corrupto. Tus ojos vendados no pueden ver la verdad.
— Corrupto, y orgulloso de ello. Acepté mi corrupción hace mucho tiempo. Pero, si quiero evitar que corrompas a Heather con tu venganza... te voy a matar yo mismo.
— ¿Crees poder matarme? ¿Acaso crees que te será tan fácil?
— Por supuesto que puedo. Ya he matado antes.
— De verdad, me das lástima. Pero eso no es lo que quise decir.
Un ruido metálico distrajo a Douglas. Sin dejar de apuntar a Claudia, miró hacia el ruido.
Una figura parecida a un soldado medieval estaba de pie en las sombras. Pero más que un noble caballero, parecía un mercenario. Llevaba ropas gruesas en lugar de armadura, cubriendo tanto su cuerpo como su cabeza. Sin embargo, el arma que sostenía no era una lanza. Era un artilugio extraño con una hoja fina y larga que sobresalía de su extremo, similar a una tonfa. Sostenía una en cada mano, raspando constantemente las hojas entre sí, provocando el ruido que lo distrajo.
Era como un cocinero afilando cuchillos, preparándose para desmembrar a Douglas para la cena.
— ¿Sabes del misterioso poder que reside en Silent Hill? —preguntó Claudia—. Le permite a monstruos manifestarse desde la mente de alguien.
— ¿Tú creaste esta cosa?
— No. Ambos lo hicimos.
— ¿Cómo?
— Yo lo deseé, y tú lo temiste. Combinados, le dimos forma a este monstruo.
— Miedo... ¿mío?
Douglas miró fijamente al monstruo, cuyos ojos le devolvían la mirada desde debajo de la arpillera que envolvía su cabeza. Cargados de odio, como los de un adolescente rebelde.
— Tú...
Douglas retrocedió, sacudido por los recuerdos que emergían de lo más profundo de su corazón.
— ¡Mátalo! —le ordenó Claudia al monstruo en voz triunfante.
Mientras Heather corría por el parque de atracciones, se encontró con las amenazas esperadas: los gigantes corpulentos, los perros enrabiados e incluso los monstruos parecidos a insectos que zumbaban alrededor de su cabeza. Cada uno de ellos estaba exactamente donde los anticipaba. Se sabía el camino y su destino de memoria. Evitando batallas innecesarias, corrió hacia la estación de la montaña rusa, pero el verdadero desafío estaba adelante.
Todo se había desarrollado igual que en su sueño, lo que significaba que la siguiente parte también lo haría...
Heather contempló la imponente silueta de la pista, serpenteando entre la noche y la niebla. El miedo se estaba apoderando lentamente de ella, pero no había vuelta atrás. Debía continuar. El final estaba un poco más adelante. Puso un pie en las vías oxidadas e intentó combatir las ideas de qué tan alto estaba. Cada paso era más tembloroso que el anterior. Su falda ondeaba en el viento como si quisiera levantarla de la pista y hacerla flotar en el aire. La misma brisa parecía querer empujarla.
«Ya casi», pensó, sintiendo la ansiedad y escalofríos trepando por su cuerpo. Sin importar lo rápido que caminase, el final de las vías no llegaba nunca. En cualquier momento, pronto, el tren iba a llegar para arrollarla.
Sintió las primeras vibraciones en las suelas de sus botas, seguidas por un silbido abriéndose camino por el aire. Una potente luz que venía detrás de su espalda eclipsó su linterna e iluminó las vías adelante hasta que pareciera ser de día.
Heather no se atrevió a mirar atrás.
Esa fue la única desviación de su sueño.
Con un gruñido de esfuerzo, saltó de las vías.
Era todo o nada.
Heather maldijo y se quejó del dolor. Su cuerpo estaba completamente adolorido por el impacto de la caída. A pesar de ello, no había sufrido heridas mayores, gracias a su lugar de aterrizaje. Era un techo de hojalata que se había abollado hacia dentro, actuando como un incómodo cojín que absorbió suficiente impacto. Se trataba de una taquilla. El aterrizaje había sido algo forzoso, pero fue mucho más afortunado que su final en la pesadilla.
Heather usó su linterna para observar los alrededores. El área entre rejas parecía estar libre de monstruos. La única salida parecía ser la puerta de la «Mansión Embrujada Borley», una atracción cuya temática giraba alrededor del espantoso asesinato de una familia de cuatro integrantes. Heather atravesó la inquietante atracción de principio a fin, y en la salida se encontró en una amplia zona abierta.
Esta zona también estaba habitada por los mismos monstruos con los que se había familiarizado tanto. Heather pasó corriendo junto a ellos, buscando el supuesto «camino a la iglesia», aunque no tenía ni idea de cómo lo reconocería. Pasó por rejas y cadenas, un anfiteatro, un carrusel de cohetes, pasillos delimitados por oscuridad, hasta que llegó a las tazas giratorias. Bajo un farol encendido, pudo reconocer una figura humana.
Alguien desplomado junto a la entrada de la atracción. Su traje y abrigo parecían no haber recibido una planchada en décadas. Y con una barba tan descuidada, podría confundirse con un bandido. Douglas la saludó con la mano, a duras penas.
— ¡Douglas! ¿Estás herido? —preguntó Heather mientras se acercaba, al notar su pierna extendida. Sus ropas estaban rasgadas y sangre se escapaba por ellas.
— No es nada preocupante. Un par de cortes y un hueso roto —contestó con una sonrisa forzada.
— No, ¡hay que llamar una ambulancia!
— No pierdas el tiempo. Nadie vendrá. No te preocupes, voy a estar bien.
— Serás... ¡viejo tonto! ¿Apurarte así y meterte en problemas sin ayuda? ¿Sabes lo estúpido que es eso?
— Sí, lo sé. Perdón.
— ¿Qué te pasó?
Douglas esquivó la pregunta con una sonrisa, en su lugar respondiendo con otra interrogativa.
— Ey, ¿qué crees que va a pasar si ese Dios termina naciendo?
— No hay forma de que un dios de un lugar como éste tenga mucho poder. No creo que el mundo cambie tanto como la secta espera.
— ¿Pero cambiará, aunque sea un poco?
— ¿Quién sabe? —respondió Heather, no sin titubear antes—. Tal vez las cosas serían un poco mejor. Tal vez Claudia tiene razón en algo... Quizás la gente sería algo más feliz…
— Basta —Douglas negó con la cabeza—. Lo que pasa en este pueblo es demasiado cruel para ser obra de un dios supuestamente misericordioso. Tenemos que hacer algo, aunque me cueste la vida.
— Douglas. ¿Te crees Superman o algo así? Hacerte el héroe no ayuda. ¿Qué vas a hacer con la pierna así? Déjamelo a mí, ¿entendido?
— ...Me recuerdas a mi hijo.
— ¿Tu hijo?
— Un niño estúpido, hijo de un padre estúpido.
— ¿Tienes una familia? Dijiste que nadie lamentaría tu muerte, aparte de cobradores.
— Lo... lo mataron en un asalto a un banco. Niño estúpido... le dispararon por tratar de robar uno… —pausó por unos segundos—. Perdón... no debí haber dicho que me recuerdas a él.
— B-Bueno... Me alegraría más que me compararas a tu hija.
Douglas sonrió débilmente y empuñó su pistola, apuntándole a Heather.
— ¿Crees... que si murieras aquí, podríamos detener los planes de la secta?
— ¡No seas tonto!
— Cierto... Soy estúpido... Sigo tratando de hacer algo, y no puedo, y sigo fallando.
Bajó su arma y se dejó caer contra la pared.
— No dejes que Claudia gane, Heather.
— No lo permitiré.
— Promételo.
— Lo prometo.
Heather empezó a irse, pero dio media vuelta, preocupada por dejarlo atrás. Su expresión dejaba claro que había un conflicto interno en ella.
— Quizás sí sería mejor... que lo hagas...
«Hay algo que sí me recuerda a él en ti… Eres tan fuerte como él», pensó Douglas mientras observaba a Heather marcharse. Daniel Cartland era igual cuando era joven. Valiente, determinado, y un poco obstinado. Douglas creyó que su hijo se convertiría en un gran hombre. Pero su trabajo lo consumía, así que ignoró sus deberes como padre y como rol a seguir.
El recuerdo de ese día siempre fue una dolorosa tormenta acribillando su corazón. Recibió las noticias de parte de su superior en la comisaría. Chris Balmer, el estoico capitán de la división, conocido por su increíble capacidad de ocultar sus emociones desde su niñez, se le acercó con una expresión extraña para darle las noticias. Era como si estuviera haciendo su mejor esfuerzo para expresar tristeza, pero más parecía que había saboreado algo terrible.
— No estoy aquí para culparte a ti, pero hubo un incidente terrible. Uno de nuestros oficiales le disparó a tu hijo en el banco —fue todo lo que Balmer le dijo ese día.
De ahí en adelante, Douglas no tenía recuerdos claros de lo que sucedió hasta su renuncia. Se había convertido en un sonámbulo por el precinto. Todo lo que recordaba con claridad fueron las miradas furtivas de sus colegas, grabadas para siempre en su mente. Su carrera como policía tenía poco valor en la búsqueda de empleo que siguió. Tampoco es que tuviera la voluntad para hacer algo más. Se encerró en su hogar, bebiendo para olvidar sus penas. Luego de gastar sus pocos ahorros en whisky y ginebra, empezó a endeudarse con terceros para seguir bebiendo. Katherine, su esposa, ya lo había dejado en ese entonces, pero no por su alcoholismo, sino que por las constantes peleas y discusiones sobre la culpa en la muerte de Daniel. Durante los procedimientos de divorcio, llegó a gritarle a Katherine que hiciera lo que quisiera, demasiado ebrio para siquiera presentarse al tribunal.
Desde el amanecer hasta el anochecer, día tras día, lo único que pasaba por su mente era su hijo muerto. ¿Por qué decidió meterse al crimen? ¿Fue para rebelarse contra su papá ausente? ¿Porque no fue un buen padre?
«Sólo estaba haciendo mi trabajo; soy un guardián de la justicia; estaba protegiendo a nuestra ciudad y a mi familia... ¿Por qué no me comprendiste?»
Afortunadamente, se le acabaron las personas a las que pedirles dinero prestado antes de cruzar el punto de no retorno. Hambriento y sobrio, se vio forzado a enfrentar la realidad. Pasó por un largo periodo de desesperación, pero eventualmente, poco a poco, recuperó las fuerzas. Un ex-colega lo ayudó a conseguir empleo como guardia de seguridad a medio turno, y una vez que logró ahorrar lo suficiente, Douglas abrió una agencia de investigación privada en su departamento. Aún recordaba la razón por la que quiso ser policía desde el principio: justicia.
Quería ayudar a su gente y proteger a los inocentes. Así que se dedicó a su pequeña y poco rentable oficina día y noche. El tiempo pasó, sus heridas parecieron sanar de a poco, y los pensamientos constantes sobre su hijo pasaron a ser recuerdos. Pero, ahora, el pasado se había levantado como un espectro para perseguirlo. Esos mismos ojos acusatorios lo observaban cuando regresaba a casa tras un largo día en la comisaría. Sus más profundos miedos, materializados por las órdenes de Claudia, frente a él.
— Daniel... ¿eres tú? —preguntó, paralizado, con su pistola alzada pero incapaz de jalar del gatillo. El monstruo sólo lo observaba en silencio—. Sí, lo sé, Daniel. No fue tu culpa —dijo, intentando entablar un lazo con desesperación—. No querías ser parte de ese robo, ¿cierto? Te dejaste llevar por malas amistades... Fue sólo una estupidez que fue demasiado lejos.
El odio en los ojos de la criatura hería más profundamente que cualquier ataque físico. Douglas bajó la cabeza y comenzó a llorar.
— Lo sé, lo sé. No fue tu culpa. Nunca fue tu culpa. Fue mía —admitió, incapaz de deshacerse del duelo en su demacrada expresión—. Debí haberte regañado, debí cortar de raíz tus problemas. Me mirabas con desprecio, buscando disciplina, pero fui demasiado cobarde para ser el padre que merecías tener; tenía demasiado miedo de increparte, aunque fuera un policía fuera de casa... Por favor, perdóname.
Douglas le disparó al monstruo, finalmente dándole a su desafortunado hijo la única disciplina que podía darle a estas alturas. Pero esos momentos habían quedado en el pasado. Douglas se acurrucó junto a las escaleras de las tazas giratorias, y alzó su vista al cielo nocturno. Sonrió una vez más con amargura, con la oscuridad reflejada en sus ojos. ¿Dolor de una pierna fracturada? No, era un mensaje de su hijo.
Heather pasó por delante de la Casa del Adivino y atravesó Marchen-Travel, una casa de cuentos de hadas adornada con figuras a escala real de Blancanieves y Cenicienta, finalmente saliendo a la plaza frente al carrusel. La luz de una pequeña esquina en medio de la oscuridad llamó su atención. Se trataba de un pequeño puesto de helados. Los objetos en exposición le llamaron la atención, como si los hubieran colocado precisamente para asegurarse de que se fijara en ellos.
— Esto es...
Un pequeño bloc de notas clavado a una tabla, idéntico al de su departamento. Harry le dejaba mensajes a menudo en ese bloc cuando no estaba en casa; mensajes tales como «voy a llegar tarde hoy, así que déjame una rebanada de pizza en el refrigerador», o, «el profesor me llamó a la escuela. ¿Peleaste con otro chico de nuevo?»
Su caligrafía tan familiar estaba escrita en la primera página del bloc. Imposible. ¿Cómo podría estar aquí?
Incrédula, Heather arrancó el bloc y lo empezó a leer.
«Dahlia dijo que la niña es un demonio, que tomó a mi hija como sacrificio. Pero se me está haciendo difícil de creer. Quiero decir, las apariencias engañan. Cuando vi las fotografías en el sótano del hospital, sentí que la niña se parecía a Cheryl. ¿Es por eso que me siento así? Puedo sentir una especie de fuerza negativa a mi alrededor, eso es cierto, pero no puedo pensar en ella como un “demonio”. Lo que es más, siento tristeza por ella. ¿Por qué siento que está pidiendo ayuda? Pero lo más importante ahora mismo es Cheryl. Todo lo demás puede esperar hasta que la tenga en mis brazos sana y salva».
A juzgar por los nombres mencionados, no había duda alguna. Harry Mason lo había escrito. Dahlia, Dahlia Gillespie, la mujer despiadada que quemó viva a su propia hija, Alessa. Cheryl, la otra mitad de Alessa, la niña que Harry había adoptado veinticuatro años atrás, y que desapareció en Silent Hill cuando tenía siete años.
Era un misterio. Harry visitó Silent Hill por primera vez diecisiete años atrás. Aunque hubiera escrito esa nota en ese entonces, ¿podría haber sobrevivido intacta hasta el presente? No, era imposible. Alguien la habría arrancado para escribir algo distinto en algún momento. Aunque el bloc de notas hubiera sido olvidado cuando los habitantes desaparecieron, los elementos de la naturaleza se habrían hecho cargo de corroerlo.
La idea de la secta colocándolo ahí a propósito pasó por la mente de Heather. Pero, ¿por qué?
¡No!
Heather sacudió su cabeza.
No era nada por el estilo. Era un mensaje de su padre, trascendiendo tiempo, espacio y la muerte, para apoyar a su hija. Gracias, poder misterioso de Silent Hill. Padre e hija estaban involucrados intrínsecamente con el pueblo. Harry le quería decir algo, como en su diario. ¿Qué le quería decir? ¿Una advertencia? ¿Sobre Cheryl, o sobre Alessa?
Observó la página fijamente, perdida en un laberinto de ideas, tratando de entender a Harry. La palabra «demonio» resaltaba en la nota.
Alessa poseía un gran poder que se ganó el odio de la gente. A pesar de ser una buena niña, su poder hería a la gente a su alrededor. Ese peligro ahora yacía latente en el corazón de Heather, quien, siendo la reencarnación de Alessa, llevaba esa carga.
La migraña y mareos que Heather había recién olvidado regresaron para atormentar su cabeza. Recordó el miedo que sintió al leer los libros en el altar del hospital. Los recuerdos de Alessa en las llamas, su piel carbonizada por el fuego, los gritos de agonía, sus músculos faciales contorsionándose como una bruja en la hoguera. Tanta desesperación, tristeza, odio.
Entre memorias y pensamientos, Heather se encontró en frente del carrusel; un gran matamosquitos eléctrico brillando en la noche. Paso a paso, subió la escalera de entrada. Ya no había otro lugar por explorar. ¿Podría estar ahí el camino a la iglesia? Apenas puso un pie en la plataforma, una música alegre rompió el silencio súbitamente, y el escenario comenzó a rotar lentamente. Los caballos de madera, fosilizados sólo momentos atrás, empezaron a oscilar hacia arriba y abajo.
— ¡Vengan todos! —anunciaron los parlantes—.¡Niños y niñas, a cabalgar!
Nada atractivo. La plataforma estaba manchada de sangre seca, al igual que los caballos empalados en postes como prisioneros ejecutados. Si un niño viera algo así, lloraría sin consuelo. Grotesco. Horrible.
¿Dónde está la salida?
Heather miró en todas direcciones buscando la reja, a pesar de la repugnancia alrededor. Mientras más giraba la plataforma, más le palpitaba la cabeza. Y esa música alegre la sacaba aún más de sus casillas.
— ¡Basta! ¡Basta!
Gritaba y gritaba, pero no hacía aparecer la salida. Le disparó con furia a los caballos inquietos, desahogando los años de tormento infernal que Alessa acarreaba.
Hiiiii, hiiiii...
Los caballos relinchaban de formas agonizantes. Como si la catarsis de Heather hubiera reverberado en sus alrededores, el carrusel dio una violenta sacudida.
La histeria retrocedió y fue reemplazada por confusión. Pisadas sobre madera se acercaron desde la oscuridad. Emergiendo desde la niebla, había... una copia ensangrentada de Heather. Las mismas ropas, mismas botas, el mismo cabello negro azabache manchado con sangre, y por supuesto, la misma cara que veía en el espejo a diario.
Pero no era idéntica.
La Heather sangrienta tenía una expresión de ira y la observaba fijamente, sus ojos intensos y llenos de odio. La frustración y resentimiento revividos habían cobrado forma, dándole vida a la memoria de Alessa con el cuerpo de Heather.
Inmediatamente, Heather fue abatida por un miedo profundo. Desesperación y disgusto la arrollaron al ver a su doble oscuro. Para negar esta horrible realidad, abrió fuego contra Alessa.
Alessa blandió el cuchillo en su mano y bloqueó las balas sin mayor esfuerzo. Apartó cada disparo con agilidad inhumana.
Heather la observó de vuelta, atónita, finalmente entendiendo. Eso era lo que su padre le quiso decir.
«Ten cuidado con la oscuridad latente en Alessa».
Esa era la advertencia. La silueta no era ella misma. Era un monstruo nacido desde su propia conciencia. Alessa, que había muerto físicamente hacía diecisiete años, no sólo seguía con vida en la mente de Heather, sino que también permanecía en Silent Hill en forma de una obsesión profunda. Era un resentimiento persistente, incapaz de morir, incapaz de descansar en paz.
Heather lo comprendía muy bien. En su conversación con Douglas, también había deseado morir. Pensó brevemente que, si moría, quizás todo terminaría sin tener que enfrentar al culto. Ambos espíritus resonaron y se convirtieron en un monstruo por gracia de Silent Hill. La obsesión, la memoria, de Alessa tomó forma para que pueda matarse, a toda costa.
— Perdóname, Alessa —le dijo a la joven ensangrentada. Donde antes sentía miedo, ahora sentía lástima—. No voy a morir. No quiero morir. Tengo que vivir como papá hubiera querido.
Cargador fuera, nuevo cargador dentro, seguir disparando.
— No voy a dejar que el culto gane. Así que descansa en paz, dentro de mí.
Heather le disparó en el corazón con una bala y un rezo. El pecho de Alessa se pintó de un carmesí aún más vívido. Sus movimientos defensivos se debilitaron; la rabia en sus ojos se desvaneció poco a poco, mientras la resonancia se disipaba en el aire. Con el último impacto, Alessa lanzó un alarido y colapsó de espaldas en el suelo. La sangre derramada de su cuerpo procedió a barrer el escenario del carrusel de toda su corrupción. En pocos instantes, la figura de Alessa se había desvanecido frente a los ojos incrédulos de Heather.
Un pequeño pedazo de papel, arrancado de algún cuaderno, flotaba en el charco de sangre. Un mensaje de parte de Alessa.
«Sería mejor que "yo" esté muerta. No hay nada que temer. Comparado al sufrimiento eterno que ese bebé- que ese demonio va a traer cuando nazca, preferí "darme" una muerte más tranquila y gentil. Entonces, ¿por qué la "estoy" rechazando y "sigo" adelante? Nunca pensé ser tan estúpida...»
Heather sacudió su cabeza en desaprobación tras leerlo.
— No —le dijo a su otra yo en su interior—, papá dijo que luchar contra la corriente puede parecer tonto, pero dejarse arrastrar lo es incluso más.
La música alegre se había detenido para entonces, y el carrusel había dejado de girar. Todo era distinto a su alrededor. Estaba bordeado por grandes muros de piedra con una apertura en medio. Tal vez liberarse de obsesiones pasadas le había abierto el camino hacia un nuevo futuro.
Heather descendió por el pasaje hacia el mundo del subsuelo. Las paredes del túnel, esculpidas en rocas, tenían mensajes inscritos en ellas.
«Marcados por la maldad de este mundo, contenemos lamentos en nuestros seres. Sólo tú puedes sanarnos. Cada mañana, cada mediodía, cada tarde, cada noche, te llamaremos. Esperando el día en que milagros caigan sobre nosotros, te ofrecemos nuestra plena existencia. Incluso en los tiempos más oscuros, seguiremos buscándote. Éste es el testimonio de nuestra fe en tus milagros.»
Alabanzas a Dios estaban escritas en todos los muros, iluminadas por pequeñas lámparas de gas.
«Nuestras almas te sirven con la fe de un rebaño. Oh, Dios, llévanos a tu paraíso, pues no hay tentación capaz de apartarnos de tu camino. Oh, Dios, sálvanos con tu misericordia. Oh, Dios, bendícenos con tu gracia. Oh, Dios, bendícenos con tu poder.»
Heather frunció el ceño. El contenido de las alabanzas era perfectamente normal, pero se sentía mucho más sucio al saber que le pertenecían al culto. Más que la fe imparcial de creyentes, parecían lloriqueos de niños malcriados. La hacía imaginarse a un acosador obsesivo en lugar de un acólito piadoso.
Finalmente, llegó hasta el final del túnel. Escalones se extendían pasadas las inscripciones. Sin embargo, en la cima de las escaleras, había un último mensaje desagradable.
En la puerta estaba escrito:
«Aquí está la primera puerta del paraíso. Recibe a la Madre Sagrada, admite tus pecados más profundos, y busca su perdón. La paz eterna puede ser tuya.»
Y al otro lado de la puerta, estaba una capilla majestuosa. Luz brillante pasaba por una vívida vidriera. Ante los ojos de Heather, ya acostumbrada a la oscuridad perpetua, parecía una ventana al paraíso. Imposible que lo fuera. Con esa mujer de pie frente a la vidriera, sólo podía pensar en el infierno. Ahí estaba, rezando, la persona que Heather buscaba.
— ¿Hm? ¿Cómo llegaste aquí?
Claudia se volteó para ver a Heather cara a cara, con una expresión ligeramente confundida. Entonces una sonrisa se formó.
— Ya veo. Fue Vincent. Él te trajo hasta aquí. Ese hombre, siempre interfiriendo... Pero da igual. Planeaba darte la bienvenida en algún momento eventualmente.
— Jaque mate.
Heather le apuntó con la pistola, pero Claudia no se immutó.
— Todavía no. Aún no es tiempo para el nuevo comienzo... el momento en que los pecados del pueblo serán perdonados —Claudia continuó, con la mirada perdida en una audiencia que sólo parecía existir para ella—. El paraíso silencioso que aguardamos será construido. La eternidad de gozo prometida, tras el Juicio y la Expiación. Oh, Alessa, el mundo que deseabas está tan cerca…
— ¡No quiero ese mundo! —gritó Heather.
Claudia bajó su mirada a ella con una mezcla de sorpresa y decepción.
— Tú no. Alessa. La verdadera tú, quien aún duerme.
— No. Yo soy Alessa. Pequeña Claudia, mi querida hermana...
Los ojos de Heather no veían a un enemigo, sino a la imagen de la niña con la que solía jugar tanto tiempo atrás, la niña de la sonrisa triste.
Claudia abrió sus ojos de par en par, y su expresión se transformó en una sorpresa alegre.
— ¿Alessa? ¿Eres tú? ¡Por fin! ¡Por fin despertaste!
— No necesito un mundo nuevo. El que tenemos está bien, tal y como está.
La luz en los ojos de Claudia se desvaneció, y su voz se quebró como en su niñez.
— Lo dijiste tú misma, ¿no? Que querías que este mundo desapareciera.
— Eso fue hace mucho tiempo. Ya no quiero algo así.
— Pero, Alessa, ¿no quieres ser feliz? ¿Te olvidaste de todo el sufrimiento que hay en este mundo? ¡Necesitamos que Dios nos salve!
— Ese sufrimiento es causado por humanos... y los humanos somos estúpidos. Y así como somos, debemos pagar el precio. Debemos cosechar lo que sembramos.
La imagen de Claudia se convertía en un enemigo otra vez.
— Sueñas con el paraíso —continuó Heather—, ¡pero es aterrador para los que están a tu alrededor! ¡Además, nunca te voy a perdonar por matar a mi padre!
— Solamente quiero salvar a los desafortunados... Y para que eso pase, el mundo debe nacer desde cero. ¡Hice lo que debía hacer!
— Bruja autodestructiva... ¡Nadie pidió tu ayuda!
— Me odias.
— ¡Por supuesto que te odio!
Claudia sonrió con amargura, y luego se rió para sí misma.
— Está bien... Dios está creciendo sana dentro de ti.
El mismo dolor que sintió al entrar al parque regresó para atormentar a Heather. Algo se estaba estirando y contrayendo dentro de su abdomen, intentando escapar de su vientre.
¡No!
Heather se dobló hacia el suelo y se resistió lo más posible.
No debes nacer. No debes salir a este mundo.
Sudor cubrió su frente. No podía ponerse de pie; mucho menos perseguir a Claudia, quien la estaba abandonando en la habitación. Lo único que podía hacer era luchar y esperar que el dolor retrocediera.
Estaba completamente oscuro. Tras la puerta por la que Claudia salió había un pasillo rodeado por muros de yeso en ambos lados, sin ninguna ventana que dejara entrar luz. A pesar de ser el hogar del culto, había un silencio sepulcral en el estrecho espacio, sólo interrumpido por las botas de Heather. Pero la calma no duró mucho; por primera vez desde que estaba en el pasadizo subterráneo, escuchó el ruido: la estática de la radio de bolsillo, que avisaba de que se acercaba un monstruo. Un gruñido poco perceptible vino desde la vuelta de la esquina.
Heather preparó su pistola y se acercó a la vuelta con cuidado. El pasillo se dividía en dos caminos: uno que continuaba tras barras de hierro, y otro que llevaba a una puerta más lejana. No había ningún monstruo a la vista. Heather seguía alerta, y entonces escuchó el gruñido otra vez. Venía de la habitación adyacente al corredor bloqueado por las barras de hierro. Presionó su oreja contra la puerta, y para sorpresa de nadie, se escuchaba movimiento adentro.
Me estás esperando, ¿eh? Mala suerte, no va a funcionar.
Se burló de la trampa y se dirigió al otro pasillo, pero el pasillo se burló de vuelta. La puerta del final estaba cerrada con llave. Después de todo, tenía que atravesar la habitación con el monstruo para cruzar las barras de hierro.
Armándose de valor, Heather abrió la puerta.
En medio de la habitación había uno de los monstruos de brazos gordos, pero a esas alturas nada afectaba a Heather. Descargó todas las balas del cargador en la criatura, quien no tuvo tiempo para reaccionar antes de caer, retorciéndose de dolor, al piso.
— Estoy harta de ustedes.
Heather pateó su cabeza con la punta de su bota y avanzó al fondo de la habitación. Parecía ser una sala de reuniones o de conferencias, pero estaba muy desordenada, contrastando bastante con la organizada capilla. Faltaban baldosas en el suelo; sillas armadas con tubos de hierro estaban tiradas sin cuidado, y había una solitaria pizarra en una esquina. Heather se detuvo por un momento. Era difícil explicar su reacción, pero la respuesta estaba en algún lugar dentro de los recuerdos de Alessa.
Era su parecido con una sala de clases, un lugar cargado de emociones negativas para ella. Heather no tenía ganas de seguir excavando en esos pensamientos; tan sólo pensar en ello le provocaba migrañas y ya se imaginaba el porqué. Como si estuviese intentando proteger a Alessa, Heather se apresuró a salir de la habitación. El escenario al otro lado, en el corredor con barras de hierro, era muy diferente a lo que había visto antes.
Se trataba de un estado de corrupción familiar. La contaminación de rojo sangriento lo invadía todo. Estaba en las paredes, en el piso, en el techo. Le recordaba a un mar de llamas infectando el lugar; el miedo de Alessa.
Quizás es por eso que imaginé a esa sala como una de clases...
Sus miedos y odio iban tomando forma; se estaban mezclando con la realidad gracias al "poder" en Alessa. Los monstruos de sus pesadillas apareciendo en el centro comercial, la reacción feliz de Claudia al ver su odio...
Heather continuó por el pasillo, sintiendo el piso de metal rechinar y rasparse al caminar en él, hasta que se encontró con otra habitación. Aunque estaba la posibilidad de que otro monstruo la estuviese esperando dentro, tenía que echarle un vistazo. Cada habitación debía ser revisada una por una hasta encontrar a Claudia.
Al entrar, Heather halló un dormitorio pequeño y vacío. No había rastro de la corrupción de afuera en él. Sobre un escritorio, había una cinta de cassette y algunos documentos iluminados por una lámpara. Guardó la cinta en su bolsillo para examinarla más tarde, y empezó a hojear los documentos. Estaban titulados «Sobre el Símbolo del Culto».
«El símbolo llamado “Halo del Sol” representa a Dios y es usado como el símbolo del culto. Los dos círculos externos representan caridad y resurrección, mientras que los tres círculos internos representan presente, pasado y futuro. Típicamente, se le dibuja con el color rojo. Aunque puede ser dibujado en otros colores, el azul invierte su significado, y lo convierte en una maldición contra Dios. Por lo tanto, está prohibido.»
El misterioso ícono que Heather había visto tantas veces le vino a la mente. Todos habían sido dibujados en rojo.
Y entonces...
Sacó de su bolsillo el medallón que encontró en el hospital, y lo examinó con cuidado.
— Este diseño es diferente... ¿Qué símbolo es este?
Heather esperaba que la cinta de cassette tuviera algo de información importante sobre el asunto.
En el pasillo de afuera, un monstruo gordo estaba sentado en frente de una puerta y bloqueaba su camino. Tenía la misma piel pálida y suelta que los que encontró en el edificio de oficinas antes. El monstruo se levantó lentamente, esforzándose para mantener el equilibrio con su masivo cuerpo. Heather había conseguido escapar en las oficinas, pero estaba claro que tendría que luchar esta vez.
— Como quieras. No tenía suficientes balas entonces, pero ahora tengo balas de sobra —se burló antes de acribillarlo con su pistola. Su carne se reventaba y abría derramando fluidos pútridos.
Tras dar un último grito desgarrador, el monstruo cayó inerte al piso. Aunque Heather tenía montones de munición extra cuando llegó, sus reservas eran significativamente menores luego de tanto combate. Tenía que encontrar a Claudia pronto, o no le quedarían balas para lidiar con ella... si es que las cosas llegaran a ese punto. Heather pasó por encima del monstruo, que seguía bloqueando el camino incluso muerto. El siguiente pasillo estaba cubierto con baldosas blancas, y se podía escuchar los llantos de alguien alrededor. Eran pequeños sollozos, como los de una niña.
Definitivamente no estaban sollozando por el monstruo que había muerto. Heather siguió el sonido hasta un gran cuadro colgado en el muro: una pintura de un ángel volando. No había ninguna niña en la obra.
En cuanto se detuvo frente a la pintura, los sollozos cesaron. No encontró nada inusual en la pintura que le saltara a la vista. Heather se alejó confundida de la pintura, pero apenas lo hizo, los sollozos continuaron. Se cubrió sus oídos y siguió adelante. Al final del corredor, había otra puerta que parecía conducir a otra habitación. Heather encontró tras ella el campanario de la iglesia, donde descansaban tres grandes campanas en silencio. La habitación octogonal tenía tres pinturas colgadas en los muros, y un enorme Halo del Sol dibujado en el suelo.
A mano derecha, una pintura titulada «San Nicholas», con la descripción de «Manos Milagrosas, el Doctor de Dios».
A siniestra, la pintura de una mujer titulada «Santa Jennifer», con la descripción de «Fe Inmutable ante la Espada de la Muerte».
Pero fue la pintura central la que dejó a Heather boquiabierta. Su nombre era «Santa Alessa». Bajo ella, estaba escrito «Madre de Dios, Hija de Dios».
La pintura mostraba a una mujer joven con un bebé en sus brazos.
— ...Soy yo... —murmuró Heather—. Soy la mujer... y soy el bebé en brazos... La «yo» que desapareció hace diecisiete años con Dios, y la «yo» con vida aquí y ahora...
Sus ojos se llenaron de lágrimas antes de que pudiera darse cuenta. Un torrente de emociones nostálgicas encontradas la remeció. Alessa estaba llorando. Su alma estaba siendo despedazada por angustia y rabia cada segundo que pensaba en ello. Heather se vio forzada a darle la espalda a la pintura. Poco a poco se había vuelto demasiado por aguantar.
No quiero verla más.
Trató de pensar en su poder especial, sabiendo que estaba atado a sus emociones reprimidas. Debía calmarse. No podía permitir que la oscuridad envenenara su corazón.
«Tranquila. Todo pasó, ya. El pasado no te amarrará. Hay un futuro. Vamos, terminemos con esto pronto.»
Se decía a sí misma una y otra vez.
Tras no encontrar ninguna puerta o pasaje secreto en el campanario, Heather volvió en sus pasos al corredor. Pensó en forzar la puerta que había bloqueado su camino antes, pero la distrajo los sollozos cerca del cuadro del ángel. En lugar de enfocarse en los cuadros, dirigió su vista al suelo. Como si algo invisible estuviera caminando frente a ella, huellas ensangrentadas aparecieron una tras otra.
¿Un fantasma?
Las huellas se dirigieron hacia el ángel y desaparecieron tras él. ¿Podría ser otra de las manifestaciones de Alessa?
Heather se agachó frente a la pintura para inspeccionarla mejor. En algún lugar de su mente, pudo ver un recuerdo borroso acerca de Alessa, tras ser acosada en la escuela, vagando por la iglesia y llorando silenciosamente. Claro. Ese día, Alessa había encontrado un pasaje oculto por accidente.
Heather tomó el marco del cuadro con fuerza y empujó. La pintura se apartó como una puerta, revelando otro gran corredor tras ella. Ya no parecía más una iglesia. Heather podía escuchar alaridos en la distancia, y las paredes estaban empapadas de torrentes infinitos de sangre. Lo que es más, la arquitectura del pasillo le recordaba profundamente a un hospital. De hecho, había una camilla abandonada y un soporte de intravenosa en una esquina.
Un poco más adelante, Heather vio un ascensor que podría ser funcional, pero decidió terminar de explorar ese piso primero. Eventualmente llegó al final del pasillo, donde había una puerta lateral que la llevó a una biblioteca. La habitación estaba llena de libros viejos y desprendía un ligero olor a humedad.
Un libro, el único abierto en un estante vacío de algún otro, llamó su atención. Precisamente, la palabra «Dios» escrita en letras grandes la absorbió en la lectura.
«Los Antiguos Dioses de Silent Hill: Estudios Etimológicos y Evolutivos.
»Ninguna religión, ésta incluida, ha permanecido sin cambios desde su nacimiento hasta la actualidad. En este caso, la religión cristiana de los colonizadores tuvo gran influencia sobre ella. Por ejemplo, los nombres y descripciones físicas de los mensajeros vistos en sus tradiciones tienen similitudes y aspectos en común con los ángeles cristianos. Hay incluso una rara ocasión en la que la deidad principal, el "Creador del Paraíso" o "Rey de las Serpientes y Juncos", recibió el nombre de un demonio. Naturalmente, esta designación fue producto de sus detractores, no de sus seguidores.»
Heather se encogió de hombros. Era un asunto interesante, pero no le era particularmente útil.
Se adentró más en la biblioteca y encontró otro libro abierto sobre un escritorio. Estaba por empezar a leerlo, pero la interrumpieron pisadas acercándose.
— ¿Qué tal, Heather?
Era Vincent, saludándola tan casualmente. Heather se sintió irritada.
— ¿Tú? ¿Otra vez?
— No seas así —contestó Vincent con una sonrisa irónica—. No me hagas sentir como una especie de plaga.
— Bueno, ¿quién eres, entonces? ¿Qué estás planeando?
— ¿Oh? Creí que ya lo habrías descifrado…
— Sé que estás con Claudia.
— Oh, te dije que no me metas en la misma categoría que ella —Vincent se veía genuinamente molesto.
— Bueno, sigo pensando que hay algo mal en tu cabeza también —afirmó Heather.
— Estoy perfectamente cuerdo —le aseguró Vincent, en un mejor humor—. Puede que seamos parte de la misma organización, pero Claudia y yo somos muy distintos.
— ¿Para qué me ayudaste, entonces? ¿Es parte de tu plan para resucitar a Dios?
— No es extraño que creyentes de un mismo dios tengan desacuerdos... Estoy de tu lado, aunque no me creas. No quiero que Dios nazca. Sería muy... imprudente. Demasiado impredecible.
— Ah, ¿así que me has estado usando para detener a Claudia? ¿Por qué no haces tu propio trabajo sucio?
— ¿Usarte? Yo lo llamaría beneficio mutuo. Tú también la odias, ¿no? Además, hay cosas que sólo tú puedes hacer. ¿Yo? No tengo ningún poder o algo así como ustedes dos. Y, la verdad, no soy el tipo de persona que le guste sudar o meterse en problemas.
— Qué egoísta.
— No te creas una santa. ¿Sabes? Pienso que tú eres la peor persona entre nosotros. Siempre tan calmada mientras ellos se desangran y sufren. ¿Disfrutas cómo lloran cuando los pisoteas?
— ¿Ellos? ¿Estás... hablando de los monstruos?
— ¿Monstruos...? —Vincent frunció el ceño—. Ahh, ¿a ti te parecían monstruos?
Se cubrió la boca con su mano y se largó a reír, mientras Heather estaba paralizada.
— ¿¡Cómo!? ¿¡Qué significa eso!?
— Nada, estoy bromeando. No te preocupes por eso —dijo Vincent mientras contenía la risa—. Ahh... Por cierto, olvidé preguntarte esto en el motel. ¿Conseguiste el Sello de Metatron?
— ¿El qué?
— Leonard debía tenerlo.
— ¿...Hablas de esto? —Heather sacó el medallón de su bolsillo—. Lo encontré en su habitación del hospital, pero no sé si es suyo.
Vincent se vio inmediatamente más aliviado.
— Sí, perfecto. Mira, mientras lo tengamos, todo saldrá bien. Toma, llévate esto.
Le entregó un libro antiguo y grueso.
— ¿Y qué se supone que haga con esto? —preguntó Heather, pero cuando levantó la mirada, Vincent se había marchado. De hecho, se sintió más aliviada sin él.
Heather abrió el libro en la página destacada, que decía:
«Leyes del Hereje
»Este círculo mágico, conocido como "Séptimo Sello de Virun" o "Sello de Metatrón", posee poderosas habilidades de exorcismo y de captura. Su influencia se extiende sin importar la naturaleza de su objetivo, y su poder tiene una gran carga en el conjurador. Debido a su complejidad, se le usa raramente; es por esto que recibe el nombre del ángel Metatrón.»
El elevador sólo tenía botones para el primer piso y el sótano. Habiendo dejado atrás a la biblioteca, Heather se dirigió al sótano para continuar buscando a Claudia. A la derecha de las puertas, se extendía un corredor. Se sentía mucho más oscuro que el primer piso, aunque no podría decir si era por asociación con el sótano o no. La oscuridad opresiva le dificultaba respirar, y su pequeña linterna apenas alcanzaba a revelar poco más que superficies ensangrentadas.
El volumen de la radio subió levemente. No había ningún monstruo a la vista aún, pero Heather se apresuró hacia una puerta cercana y se ocultó dentro. La pequeña habitación sólo tenía una cama vieja con un colchón amarillento. Sobre él, había un libro que se le hizo conocido. Lo tomó en sus manos; era un diario. Reconoció la caligrafía en su interior inmediatamente.
— ¡Es la letra de papá! ¿Cómo terminó aquí?
Ese diario debería estar en el escritorio de Harry, en su departamento. Heather nunca lo había leído antes, pero lo había visto escribir en él muchas veces.
¿Acaso terminó ahí por casualidad? ¿O era un mensaje directo de parte de su padre?
«A veces, todavía siento que es la reencarnación de Alessa. Pero no me molesta tanto últimamente. Creo que todo está perdonado. Lo siento, Cheryl. No recibiste amor. ¿O fue Alessa la que no recibió amor? Ahora Cheryl es Alessa. Como sea, sin importar de quién sea una reencarnación, es mi más adorado tesoro. Aunque lamento ponerle ese nombre. Fue un error. En ese entonces, sólo la veía como un reemplazo para Cheryl. Tengo miedo a que descubrir la verdad la hiera...»
Para cuando terminó de leer la entrada del diario, sus ojos estaban llenos de lágrimas.
Cheryl... la niña que Harry adoptó, y que desapareció hace diecisiete años. Cheryl... su verdadero nombre.
Heather sintió todos los recuerdos de su niñez regresando a su mente a la vez. Momentos de un tiempo que apenas podía entender. Su nombre entonces era Cheryl. Harry la llamaba así con una mirada tanto amable como melancólica. Pero luego, el día en que se marcharon de Portland, Harry declaró súbitamente:
— Heather, ven aquí.
— ¿Ah? Pero, no me llamo Heather, papá. Me llamo Cheryl.
— No. Ahora eres Heather. A partir de hoy, te vas a llamar Heather.
— Pero, ¿por qué?
— ...Porque es un nombre muy bonito. Y tú eres muy bonita. Así que te queda mejor Heather, ¿cierto? Y recuerda, cuando te presentes a alguien, diles que eres Heather, ¿okay? Nunca digas que eres Cheryl. Olvídate de ese nombre. ¿Me lo prometes?
La pequeña Heather había obedecido sin entender mucho, y desde entonces, olvidó que su nombre real era Cheryl.
En el presente, Heather se secaba los ojos, pensando: «Me dio ese nombre para protegerme. Sintió que venían por nosotros y quería engañarlos. Estoy llorando, papá, pero no porque esté triste.
»Estoy agradecida por todo lo que hiciste por mí.»
Habiendo leído el diario, ya no se sentía tan asfixiada por la oscuridad. Heather continuó por un pasillo envuelto en rejas de metal. Regresó a donde estaba el elevador, y tomó el camino opuesto. Ni los monstruos corpulentos ni los obesos la asustaban más. Estaba demasiado familiarizada con ellos en ese punto.
Para conservar su munición, corrió sin parar entre las criaturas. Además, las palabras de Vincent que seguían en su mente la empujaban a evitar el combate. «¿Monstruos...? Ahh, ¿a ti te parecían monstruos?» Aunque dijo que era una broma, Heather había pensado en una posibilidad perturbadora. Los monstruos eran indudablemente aterradores, pero, ¿eran siempre monstruos? Si no, ¿qué eran originalmente? ¿Eran personas transformadas por la magia oscura de Silent Hill? ¿O acaso la magia estaba distorsionando su propia percepción?
No quería pensar en ello, pero no podía negar que ambos escenarios eran posibles. La duda la hacía reacia a matar más monstruos. Heather trató de ignorarlos y pasó hacia la siguiente habitación. Era otro pequeño cuarto con una camilla y una mesilla, y parecía ser una especie de sala de aislamiento. Había un libro abierto sobre la mesilla. Parte de ella tenía miedo a leerlo, pero una extraña compulsión llevó a que se sintiera obligada a hacerlo. Por algún motivo, fue este momento el que más le recordó a las caminatas en la oscuridad con Harry en el bosque.
«Aglaofotis
»Un líquido o cristal rojo, similar al color de la sangre. Su nombre proviene de los textos cabalísticos del judaísmo. Se refiere a una hierba que se dice que crece en los desiertos arábigos, y es conocida por su poder para expulsar demonios. Aparte de ingerirla, se le puede calentar, vaporizar y dispersar para proteger contra demonios. Aunque es poderosa, es extremadamente difícil de encontrar y de obtener.»
Heather inconscientemente agarró el pendiente que llevaba en su cuello. Los contenidos del libro gatillaron recuerdos desagradables que se acumularon como náuseas.
Esos recuerdos finalmente se derrumbaron sobre ella en cuanto notó una fotografía junto al libro. Era una fotografía en tonos sepia de Alessa. Recuerdos, memorias, una tras otra, explotaron y derribaron a Heather. Sintió la agonía de morir atravesando su cuerpo en forma de una estaca gruesa. Dolor, odio, quemándola desde adentro.
— Yo, yo, ¡yo estuve aquí!
Heather perdió el aliento y cayó otra vez al piso, su cara contorsionada de dolor. La habitación, como las otras, estaba fuera de lugar en una iglesia, porque era el recuerdo de una habitación en el Hospital Alchemilla, donde vivió como Alessa por un largo tiempo.
Tras sufrir quemaduras severas en un incendio, su muerte debería haber estado asegurada. Pero su madre, Dahlia, la mantuvo con vida forzosamente. La invocación que Dahlia llevó a cabo le negó a Alessa una muerte placentera, y extendió su agonía por tanto tiempo…
— Papá, ayúdame.
Heather se abalanzó desesperada hacia la puerta. Si no salía de la habitación en ese instante, quedaría atrapada en esa interminable repetición de pesadillas pasadas. Las pesadillas amenazaban con hacerse realidad, a juzgar por la sensación de su piel ardiendo por quemaduras.
Finalmente, consiguió escapar de la habitación y vomitar la poca comida en su estómago. Recobró el aliento a duras penas y se vio forzada a descansar en el suelo. Pasados los minutos en el pasillo, los recuerdos y dolor se desvanecieron otra vez. Irónicamente, se sentía un poco renacida.
Miró a su alrededor. El corredor había cambiado mientras ella estaba en la habitación. Las transformaciones de la iglesia se habían intensificado; formas venosas se esparcían por los muros y el techo, pareciéndose a algo emergiendo desde piel podrida. El tormento que Alessa vivió estaba resurgiendo con más fuerza que nunca.
Al final del corredor había una puerta que parecía ser el último lugar por explorar. Ya había probado todas las otras puertas en el sótano. Sin embargo, la puerta se negaba a abrirse. Para Heather, se sintió como si su propio corazón bloqueaba su camino.
— ¿Acaso no estoy dispuesta? —se preguntó—. ¿No estoy lista?
No tenía una buena razón para ello, pero decidió darse la vuelta. La iglesia estaba profundamente conectada al pasado de Alessa... Así que, aunque significase encontrar más peligros emocionales como la habitación del hospital, necesitaba verlo todo y prepararse para aceptar lo que fuera que encontrase.
Heather regresó al primer piso, el cual no había explorado del todo aún. Esa puerta que no se abría anteriormente ahora funcionaba perfectamente, como si le hubiera dado permiso para continuar. El corredor al otro lado también estaba cubierto de sangre, pero la transformación no lo había reclamado del todo aún. Entró a la primera habitación con un escalofrío en la espalda; se trataba de un salón de clases. Esta vez, era indudablemente real.
¿Por qué habría un salón de clases ahí? Por la misma razón por la que había una habitación de hospital ahí también.
Heather caminó con cuidado para no gatillar otra erupción emocional dentro de ella. Claudia no estaba ahí, pero no podía saltarse la habitación en caso de que hubiera una pista crucial o una llave para la puerta cerrada en el sótano.
Una mesa llamó su atención en particular. La superficie del pupitre estaba horriblemente descuidada, con mensajes escritos con un cuchillo.
«LÁRGATE».
«MUÉRETE».
«LADRONA».
«BRUJA».
Una estocada en el pecho obligó a Heather a dejar de leer.
Era el pupitre de Alessa.
Temía que otro remolino de recuerdos y emociones la atacara, pero para su sorpresa, nada sucedió. En su lugar, lo que sentía era un bloque helado encerrando su corazón. Así es cómo Alessa consiguió sobrevivir cada día en la escuela. Se convirtió en la nada misma.
En el escritorio de la profesora, encontró un cuaderno. El nombre escrito en la portada era «K. Gordon».
«Hay una niña, Alessa, en mi clase. Ya te he hablado de ella. Sus compañeros de clase la llaman bruja. Sospecho que su madre abusa de ella; nunca la he visto venir a clases sin rasguños o moretones. Su expresión es tan oscura que es difícil creer que sólo tiene seis años. Cosas así son más comunes de lo que uno piensa. Sería fácil no hacer nada y esperar, pero me sigo preguntando si hay algo que puedo hacer para intervenir. He pensado en consultar con un abogado, pero tengo dudas. Así que quiero leer tu opinión, primero.
» — Kim Gordon».
Heather sonrió un poco al leerlo. Nadie rescató a Alessa del abuso de Dahlia. Al final, su profesora acabó ignorando el problema, y fingió no darse cuenta... Quizás el culto la presionó a hacerlo.
Pensar en la nota de Harry sobre el tema abrigó su corazón otra vez.
— Ya no soy Alessa. No tengo que seguir dejando que esas cosas del pasado me afecten...
Avanzó a la siguiente habitación armándose de valor. Había dos puertas lado a lado al fondo del corredor. Tras la primera, se encontró con un pequeño dormitorio bien organizado, con un escritorio, cama y estantes para libros. Estaba impecablemente limpio, dejando claro que a su residente le importaba el orden. Entre tantos objetos cuidadosamente organizados, había una única carta abandonada con desdén en el escritorio. Parecía ser un reclamo de un acólito.
«Hay quejas sobre el padre Vincent usando los fondos monetarios de la organización para su beneficio personal. También he escuchado rumores sobre él extorsionando donaciones de otros miembros. ¿Estamos seguros de que es el mejor hombre para su posición? No negaré que ha logrado mucho en la expansión de nuestra organización, pero, ¿no se supone que Dios nos valora por la intensidad de nuestra fe, en lugar de por nuestros talentos limitados o nuestra elocuencia?
» — L.S. »
— Hmm... Interesante.
Heather sonrió imaginándose la cara de Vincent al leer la carta. Lo que describía sonaba exactamente como el tipo de cosas que él haría. Ya se imaginaba lo popular que Vincent era dentro del culto.
Cuando se dirigía hacia la puerta, se detuvo frente al estante al ver una radio cassette en él.
— Ah, cierto... —Recordó la cinta que guardó en su bolsillo—.
Puso la cinta en la radio y apretó el botón. El cassette contenía una conversación entre dos hombres, y una de las voces le pertenecía a Vincent.
— ¿Qué sabes del incidente que ocurrió hace diecisiete años? Siendo un veterano de nuestra organización, seguro has escuchado de algunos detalles.
Un hombre mayor respondió la pregunta.
— Herejes, tentados por deseos terrenales, intentaron obstruir el despertar de nuestra Dios, usando el Sello de Metatrón. Pero Ella consiguió sobrevivir, y los herejes cayeron al abismo. Aún así... por su culpa, por lo que hicieron, Dios no pudo nacer en su forma apropiada, y tuvo que volver a dormir dentro de la Madre Sagrada, esperando al momento de despertar otra vez... Eso es todo lo que sé.
— Ya veo... Gracias.
— Padre Vincent, ¿es cierto que han encontrado a la Madre Sagrada?
— ¿Encontraron a Alessa? ¿Quién dijo eso? ¿Claudia?
— Sí.
— ...Entonces debe ser verdad. Su poder es muy especial.
— Oh, Dios nos bendiga.
— Quizás es gracias a su intensa fe... Algo que yo nunca podría igualar. La verdad, tampoco me gustaría.
— A mí tampoco, Padre. La Hermana Claudia me asusta un poco.
— Bueno, lo que acabamos de decir fue algo impropio, hermano. Finjamos que no pasó. Olvídalo, y yo lo olvidaré también.
— Sí, Padre. Pero, ¿es cierto entonces que el paraíso se formará aquí?
— Si es que éste es el momento elegido por Dios, hermano.
Así que los herejes cayeron al abismo. Heather se sintió irritada. Hablaban de Harry, pero él había seguido con su vida hasta recientemente... y además, estaba por seguro en el cielo. El culto habría fabricado esa historia para ocultar los acontecimientos de sus seguidores.
Por supuesto, si algo había caído al abismo en ese entonces, había sido el corazón de Harry. No tan diferente a cómo se encontraba el de Heather en ese momento.
Heather entró a la otra habitación mordiéndose el labio. Era similar a la anterior, pero estaba un poco más desordenada... Y a Heather le pareció que tenía un toque femenino en el ambiente. Un trozo de papel en el escritorio llamó su atención.
Se trataba de una vieja tarjeta de cumpleaños.
«A la pequeña Claudia, ¡felices seis años! Te quiero como a una hermana de verdad. ¡Seamos amigas para siempre!»
...Heather sintió como si le hubieran dado un puñetazo en el corazón.
Era un regalo que Alessa le dio cuando eran niñas.
Así que estaba en el dormitorio de Claudia… Y ahí estaba la tarjeta de cumpleaños que atesoró por tantos años.
Sin saber cómo sentirse, Heather tomó un diario y lo empezó a leer. Se supone que eran casi hermanas entonces, pero ahora se habían vuelto enemigas... Debía leer los secretos que Claudia guardaba.
«10 de noviembre.
»No murió ese día. Ella nació. Estoy segura. Pero, entonces, ¿por qué no la han encontrado todavía? Necesitamos su poder para construir el paraíso y hacer feliz a todos. Ella nació para eso. Y de verdad quiero verla otra vez».
«14 de noviembre.
»Hoy leí el "Libro de Alabanzas". Estoy endeudada con el Padre por prestarme un libro tan valioso. Encontré en él lo que buscaba: un método para despertar a Dios. Pero es demasiado cruel. No sé si seré capaz de hacerlo cuando la encuentre».
«16 de noviembre.
»Hoy tuve tiempo para leer "Historia Moderna de Refugiados" y "Esclavos: Explotación Infantil". Estoy harta de sólo observar en este mundo. Pero nunca hay nada que pueda hacer para cambiar las cosas, y eso es lo que me duele».
Estaba claro que Claudia escribió todo eso. Por más que quisiera que fuera una coincidencia, estaba en su dormitorio. Tenía sentido que una acólita destacada durmiera en la habitación adyacente a la de Vincent, pero era irónico sabiendo que estaban en oposición.
Los sentimientos de Heather también lo estaban. Podía entender el deseo de Claudia por salvar a niños explotados, sabiendo lo que pasó cuando era niña... Pero no podía comprender por qué alguien que fue abusada por su padre acabaría creyendo en la misma religión que él, mucho menos tan fervientemente que se convirtió en una sacerdotisa. Tal vez era tan pequeña que se le hizo natural buscar salvación en el dios con que la indoctrinaban, hasta que se decidió a forzar la llegada del paraíso. Como un animal, nacido y criado en un zoológico, tratando de enseñarle a sus contrapartes en la selva sobre el mundo ideal del zoológico, nunca entendiendo que siempre estuvo en una jaula.
Pobre Claudia... mi pobre hermana.
Heather se apresuró de vuelta al sótano con determinación renovada. Saber de los sentimientos de Claudia la había llenado de propósito. Su corazón estaba lleno de confianza, confianza en sí misma, y de que la puerta final se abriría. Sin nada de duda ni miedo.
Ni aunque el sótano se estuviera transformando a su alrededor. La sangre en las paredes pulsaba y se retorcía, como si fueran coágulos vivos tratando de forzarse a través de sus venas. Heather supo que la situación era urgente. El poder del ente tratando de nacer estaba aumentando y afectando al mundo externo cada vez más.
— ¡Tengo que apurarme!
Heather corrió hacia la puerta final con una mano en su vientre.
Se afirmó del pomo y lo giró con toda su determinación. La puerta se abrió, por fin, y Heather cruzó el umbral. Apenas lo hizo, mareos más fuertes que los anteriores tomaron control sobre ella. Era una mezcla de vértigo y déjà vu.
— Esto... ¡Este es mi hogar!
Al comienzo fue sólo una sensación, pero rápidamente se convirtió en certeza. Había un escritorio, una cama pequeña, especímenes de insectos enmarcados en la pared, y un uniforme de escuela en un colgador... Todo era familiar. Todo era de Alessa.
No podía explicárselo, pero era cierto. Era como si el tiempo y el espacio se hubieran plegado para presentarle el dormitorio que compartía con su madre, Dahlia, cuando era pequeña. Sobre el escritorio, yacía una libreta. Era idéntica a la que había visto en la heladería del parque de atracciones.
— Papá... —Heather se dispuso a leer el nuevo mensaje.
«Ella está al otro lado de la puerta. No tengo razón lógica para pensarlo, pero puedo sentirlo. Pero ella no está sola. También siento algo terriblemente peligroso, algo que me hace sentir enfermo, y creo que se trata de su "dios". Pero aun así, debo continuar y acabar con este cuento. No seré un dios, pero quiero salvarla... No. Voy a salvarlas, a ambas.»
El mensaje estaba fechado unos diecisiete años atrás. Harry había estado ahí también... en ese desordenado dormitorio...
Heather echó un vistazo a su alrededor, buscando otros mensajes, hasta que encontró otro objeto fuera de lugar. Había un bloc de dibujo sobre la cama que Heather reconoció de inmediato. No le pertenecía a Alessa; era el querido bloc de Cheryl. La cubierta estaba decorada con un dibujo de Harry bastante mal hecho.
¿Podría ser un mensaje de Cheryl?
Sus páginas contenían garabatos hechos con crayón, pero cerca del final había una especie de poema o cuento de hadas. Las últimas líneas parecían estar dirigidas a Heather.
«Entonces, ¿vas a abrirla? Es peligroso al otro lado. No lo hagas. Quédate aquí y juguemos. Si te vas, estaré sola otra vez.»
Heather dio unos pasos hacia la puerta al fondo del dormitorio.
— ¿De verdad vas a abrirla? Es peligroso al otro lado.
Podía escuchar la voz de una niña en su cabeza, haciendo eco de las palabras de Cheryl. La ansiedad estaba consumiendo a Alessa con preocupación.
— Está bien —Heather la consoló en su mente—. Ahora yo estoy aquí. No va a pasar otra vez. Vamos a acabar con esto, juntas. Tú, yo, y Cheryl.
Un corredor casi interminable la esperaba al otro lado. Estaba sumergido en un ambiente opresivo y desagradable, pero ningún monstruo acechaba por ahí. La presión de esa presencia oscura incrementaba mientras Heather avanzaba por su camino. Al fondo, grandes e imponentes puertas dobles aguardaban.
En la capilla interna, iluminada por titilantes luces ámbar, tomaba lugar una discusión agitada.
— ¿Que qué quiero, preguntas? —Vincent sonreía despreocupado—. Quiero que ambas se mueran pronto. Eso es lo que deseo. Por fin tendríamos paz por aquí.
Claudia negó con la cabeza, decepcionada.
— Vincent, eres un sacerdote de la Orden... ¿Cuándo dejaste de creer en Dios? Ella vive. ¡Sólo mira a tu alrededor!
— Por supuesto que creo en Ella. La temo y la adoro, a mi propia manera. Sólo que no lo hago con tu fanatismo.
Vincent gesticuló hacia el techo de la capilla con ambas manos.
— ¡Mira cómo está el mundo del que hablas! ¿Crees que esto es la obra de Dios? Si lo es, entonces Ella tiene pésimo gusto. No, lo que ves es solamente tu propia pesadilla personal... ¡Al igual que Alessa hace diecisiete años!
— No te atrevas a blasfemar a Dios... ¡Traidor! ¡Te vas a pudrir en el infierno!
— Estoy harto de escuchar eso. ¿Quién te crees que eres? No finjas hablar por Dios con insultos así.
— ¡Vete a tu casa, Vincent! ¡Abandona este lugar sagrado, inmediatamente! En el nombre de Dios, ¡te excomulgo!
— Oh, cariño, eres patética. ¿Cuándo te volviste tan creída y altanera? Esta es MI iglesia. La construí con MI poder, con el poder del dinero que tanto odias. Aunque admitiré que este escenario horrendo es todo tuyo.
— Si te sigues entrometiendo, tendré que…
— ¿Qué? ¿Me vas a matar? ¿Como mataste a Harry Mason? Qué simplista.
Heather fue recibida por la risa despreciable de Vincent, y por el escenario de la capilla interna pareciéndose más a una prisión que a un santuario.
— ¡Bueno, la invitada de honor ha llegado! —Vincent anunció al verla entrar—. Empecemos la fiesta, ¿okay? Adelante, Heather, mata a esta perra loca. ¡Este demonio que jura hablar por Dios! Ahora que llegó el momento, ¡puedes ir y matarla!
— ¡Vete al infierno! —gritó Claudia, con una voz que remeció la capilla con su odio.
Claudia se abalanzó sobre Vincent, que le estaba dando la espalda, y chocó contra él con una daga sostenida firmemente en su mano. Vincent acababa de ser apuñalado.
— ¡Claudia! —gritó Heather en pánico—. ¿¡Qué estás haciendo!?
— Nada... Nada importante...
El rostro de Claudia demostraba calma pura, incluso mientras sostenía la daga ensangrentada y observaba a Vincent fijamente. La mirada acusatoria de Heather no le importaba en lo más mínimo.
— Entonces... ¿no vas a escaparte? ¿Es este el final?
— No, es el comienzo. Como Vincent dijo, el momento ha llegado. Alessa, es una lástima que no quisiste hacer esto por tu voluntad propia... Pero tu corazón, lleno de odio y dolor bajo un manto de venganza, ha nutrido a Dios con diligencia. Te lo agradezco profundamente. Esta era pecadora de cautiverio termina ahora, y liberaremos a toda la humanidad de su sufrimiento.
— Pero, pero, un dios nacido por odio no puede crear un paraíso perfecto, Claudia... —Heather suspiró al hablar, mirándola con tristeza— ...hermanita...
Su deseo por venganza no podía sostenerse con firmeza. Trató de seguir viendo a una enemiga odiable en los ojos de Claudia, pero sólo podía ver a su hermana de otra madre.
Siempre habían estado juntas. Aunque vivían en el mismo pueblo, sus casas estaban lejos una de la otra. Se veían a menudo sólo gracias a que sus padres eran miembros del mismo culto. Otra razón por la que estaban juntas siempre era que ninguna tenía otros amigos. Sus padres prohibían interacciones amigables con otros niños, según la doctrina que dictaba que todos los no-creyentes eran herejes impuros.
Durante los sermones, las dos se miraban y sonreían. Jugaban en el patio de la iglesia, haciendo coronas de flores y regalándoselas entre ellas. Podían pasar horas conversando sobre las cosas que pasaban cuando no estaban juntas. Aun así, había un entendimiento tácito de que habían cosas de las que no debían hablar, secretos que nunca debían compartirse.
— ¿Qué te pasó ahí? ¿Te duele?
Un día, Alessa notó un moretón azulado en el pecho de Claudia, y no pudo evitar preocuparse. Siempre había sospechado algo. Desde la ocasión en que escuchó por accidente al padre de Claudia confesándose con el sacerdote…
— Claudia... ¿Fue tu papá?
— ¡No!
Claudia saltó en su asiento intensamente. Alessa nunca la había visto reaccionar con tanta emoción a algo.
— Me tropecé y me caí. Fue mi culpa.
Claudia se forzó a sonreír, casi ocultando sus lágrimas.
— Papá nunca haría algo así. Él es bueno... Ey, Alessa... Amo a mi papá. De verdad. Lo amo mucho, mucho, mucho.
Con esas palabras, Claudia abrazó a Alessa y ocultó su rostro en su pecho. Las ropas de Alessa se empaparon de lágrimas cuando Claudia no pudo contener más el llanto.
— Es igual para ti... ¿cierto, Alessa?
— Sí... También quiero mucho a mi mamá.
Otra sonrisa forzada se formó, esta vez en el rostro de Alessa, mientras acariciaba el cabello de Claudia.
— ...Un dios nacido de odio no puede ser un verdadero dios —Heather continuaba suplicándole a su hermana—. ¿Por qué estás tratando de traer a un dios que necesita un sacrificio humano? Claudia, por favor, recuerda la niña inocente que solías ser, la niña que soñaba con salvar a niños vulnerables alrededor del mundo. ¡Olvídate de todo esto!
Claudia respondió con una expresión de desdén.
— Parece... que no eres Alessa del todo. Eres... una extraña. Una que creció sin saber de tristeza o sufrimiento. La gente más feliz puede ser la más cruel... No pueden entender a los que sufren más. ¿Por qué es tan extraño que dolor y sufrimiento puedan crear compasión? Tal como los desafortunados conocen la solidaridad pura, Dios también es creada por los lamentos y dolor del pueblo. ¿Por qué rechazas su amor? ¿Qué te gusta tanto de este mundo corrupto? En este nuevo mundo que Ella creará, todos serán salvados.
— Claudia... sólo quieres salvarte a ti misma, ¿cierto?
Heather la miraba con empatía. Creyó que por fin había comprendido el tormento dentro de Claudia. Que seguía siendo la misma niña triste, tratando de contener las lágrimas.
— Cuando salves a todos, ¿te salvarán a ti también? No voy a dejar que tengas un final feliz que no te mereces.
Su mirada se intensificó. Puede que su motivación vengativa se hubiera ido, pero Claudia no recibiría perdón de su parte.
— ¡No! —Claudia reaccionó con la misma intensidad que ese día años atrás—. ¡Solamente quiero salvar gente! No me importa lo que me suceda. Sé que probablemente no recibiré salvación, y está bien. No espero perdón por el dolor que te he causado. Fue un pecado grave, aunque haya sido por la salvación del mundo. Sí, fui egoísta al apresurar el día prometido. Hubo sacrificios, y ellos son mis pecados.
Duele.
Vincent se encontraba incapacitado en el piso por el dolor ardiente. Sentía que estaba muriéndose, pero el dolor le recordaba que seguía vivo. No podía morir aún. Tenía que aguantar. ¿Por qué se había dedicado a la espiritualidad? ¿Por qué eligió ser sacerdote? Porque quería tranquilidad. Estaba harto de la vida competitiva, de perseguir dinero todo el día, de quedar enterrado bajo números. Donó toda su fortuna al culto a cambio del puesto de sacerdote.
¿Qué hay de malo en unirse a un culto si le trae paz? Sabía que una vida larga sería aburrida sin nada de emoción. Fue gracias a él que el culto creció tanto, así que no critiquen el cómo usa las donaciones. Claudia, perra loca, siempre se oponía a sus métodos. Se supone que el nacimiento de Dios sería en un futuro distante. No era algo por lo que preocuparse por financiar. ¿Paraíso? El paraíso ya estaba ahí. Una vida tranquila rezándole a Dios en un pueblo neblinoso, lejos de extraños, con emocionantes rituales mágicos... todo eso bastaba. Ella era el estorbo, no él.
— ¿Tus pecados, dices? —Vincent se burló entre mareos—. Si sabes que cometiste pecados, ¿por qué no te vas al infierno tú primero? —gritó con esfuerzo—. ¡Heather, usa el sello!
— ¿El sello?
Heather sacó el medallón de su bolsillo.
— ¿Esto?
— ¡Sí, ese! Va a acabar con esta pesadilla.
— ¡El sello de Metatrón! —Claudia exclamó con sorpresa. Sin embargo, recobró la compostura inmediatamente y se burló—. Oh, lo que tienes ahí es un pedazo de basura. Algo tan pequeño no va a lograr nada. No saben nada sobre el sello de Metatrón. ¿Creen que ese medallón puede matar a Dios? ¿Escucharon a Leonard decir eso? Gracias por caer en los delirios de mi padre, Vincent.
Claudia arremetió contra Vincent y enterró la daga profundamente en su corazón. Heather no tuvo tiempo para detenerla. Vincent jadeó, sus ojos abiertos de par en par bajo sus gafas mirando al techo de la capilla, y entonces no respiró más.
— Siempre fuiste patético... pero Dios te ama a ti también.
Claudia rezó sobre su cuerpo, antes de dirigirse a Heather.
— Bueno, Alessa. No hay escapatoria.
El dolor regresó para atormentar a Heather súbitamente. Esa entidad nutriéndose dentro de ella se remecía con violencia. Sentía zarcillos invadiendo su cuerpo, enredándose en cada una de sus células. La estaba consumiendo, estrujando torrentes de sudor por su piel.
— Sólo tienes que aceptarlo, Alessa. Aliviará tu dolor.
No, es agobiante.
Siento que bebí un veneno.
No había más alternativa que aguantar la agonía y desesperación.
«Es por eso que lo dijo», pensó, escuchando la voz de Harry en su mente.
Es veneno. Una droga terrible.
Entre su visión borrosa de la capilla, Heather creyó ver a Harry frente al altar. Le vinieron a la mente recuerdos de la única vez en que su gentil padre le había gritado. La única vez en que Harry perdió su compostura de amabilidad.
— ¡No toques eso! Es veneno. Parece bonito, pero es una droga terrible. ¿¡Quién sabe qué te va a pasar si te lo tragas por accidente!?
Sin embargo, el Harry en el altar de la capilla tenía la sonrisa gentil de cuando le dio un regalo de cumpleaños especial. En esa ocasión, le entregó algo que previamente tenía prohibido tocar.
— Esto se llama Aglaofotis. Es un veneno potente, pero también puede ser un amuleto contra demonios. Tenlo contigo siempre. Algún día te será útil. Pero, hasta entonces, nunca toques su contenido.
Heather agarró el pendiente con el talismán que Harry le dio.
Viendo a Heather encogerse sobre sí, Claudia habló con una voz plena de deleite.
— He estado esperando. He estado esperando esto por tanto tiempo. Desde que era una niña, creí en que este día vendría. ¡Cuando veía el milagro que eres, Alessa, siempre supe que el Día del Juicio llegaría!
Heather se puso de pie, aguantando el dolor.
— ¡Cierra tu puta boca, perra!
Las palabras vinieron desde el corazón de Alessa. Ese fervor en las palabras de Claudia se estaba pareciendo demasiado al de Dahlia. Heather abrió el pendiente y miró su contenido fijamente.
— ¿Qué estás haciendo? —preguntó Claudia.
— Papá... —murmuró Heather antes de tragar el cristal rojo en el pendiente. Aún tenía sus dudas sobre su poder contra el demonio. Pero, si resultase ser sólo veneno, seguiría siendo mejor que dar a luz a un monstruo.
Sintió vívidamente cómo la cápsula se deslizaba por su garganta, se disolvía, y era absorbida en su estómago. Como si hubiera sido una ilusión todo el tiempo, el dolor se desvaneció. Los movimientos horribles dentro de su vientre cesaron del todo.
— ¿Alessa? ¿Qué hiciste? ¿Qué te acabas de tragar?
La voz de Claudia se cargó con más sorpresa cuando presenció algo incluso peor. A Heather le entraron arcadas y escupió... algo.
Era una masa de carne subdesarrollada.
— Es... es... —Claudia jadeó.
— Parece que tu dios no sobrevivió el parto —se rió Heather antes de prepararse para aplastar al bulto--
— ¡No te atrevas!
Claudia entró en un poco característico frenesí y se abalanzó sobre Heather para apartarla.
— Dios...
Con lo que sólo podría ser descrito como amor maternal, tomó al feto en sus brazos y lo remeció... antes de llevárselo a su boca y tragárselo del todo.
— Alessa, no puedes matar a Dios... Voy... a tomar tu lugar...
Algo comenzó a cambiar en Claudia; el mismo tipo de transformación que Heather había visto a su alrededor en tantos puntos de su viaje. El suelo, los muros y el techo de la capilla imitaron ese cambio.
— Si no quieres hacerlo... yo lo haré...
Serpientes venosas infestaron su rostro y brazos, esparciéndose bajo su piel a un ritmo acelerado. El peso de acarrear a Dios era demasiado para Claudia. Se agarró el estómago y se tambaleó hacia el altar mientras gritaba de dolor.
Frente al altar había un largo agujero ovalado, y un abismo tenebroso bajo él. El pozo que protegería y nutriría al Dios recién nacido.
Claudia llegó al borde del abismo y se arrodilló ante él, gruñendo con lo poco que le quedaba de voz. Luego, un alarido, el rugido de una bestia, se aproximó desde la oscuridad. El suelo alrededor del abismo se retorció por un violenta sacudida y, en ese instante, la figura momificada se alzó desde el foso y agarró el tobillo de Claudia, y la arrastró hacia la oscuridad.
— ¡Claudia!
Heather corrió al borde del foso y miró en su interior.
Tenía razón.
Claudia quería que la salvaran. Quería sanar las heridas que Leonard le infligió; deshacerse del odio que no podía borrar. De ser posible, quería que Dios re-escribiera su relación para que sea la que todo niño debe tener con su padre. Aunque no encontrase salvación, ella creía en que al destruir el mundo antiguo, su existencia y pasado también dejarían de existir, como si nunca hubieran sucedido. Por más que predicara amor y se adornara con hipocresía, lo único que quería era salvarse.
— Por favor, perdóname, Alessa.
Murmurando en una voz que nadie escucharía, tomó su último aliento y cayó en el sueño eterno.
— ¡Claudia!
Heather, recién llegada en el foso, corrió a su lado. Sus sentimientos encontrados lamentaron la pérdida de su querida hermana.
— No... ¡No puedes morirte! ¡Prometí que te mataría yo!
Frustración y rabia rebalsaron. La idea de que su hermana muriera de tal forma era insoportable. Lágrimas cayendo de sus ojos, Heather rezó por la paz de su alma.
Un sonido interrumpió su duelo: el aterrador llanto de un recién nacido. Una figura grotesca se arrastraba por el piso del domo.
— ¿Dios...?
Heather la observó, incrédula. Esa criatura frente a ella no tenía parecido alguno con un dios. Se parecía a los monstruos que poblaban el mundo alterno. Su cuerpo escuálido era esquelético pero corpulento, contrastando su frágil y subdesarrollada mitad inferior, como resultado de haber nacido de una falsa madre. Este dios apenas se podía poner en pie, y caía al piso repetidamente en una forma similar a un insecto. Lo más perturbador era su rostro: horriblemente parecido al de Alessa y su apariencia en el carrusel.
Dios se levantó y exhaló con fuerza una poderosa llamarada: el fuego purificador que quemaría el mundo antiguo para preparar la llegada del nuevo. Las llamas consumieron el cuerpo de Claudia, y encendieron la ira de Heather.
— Mi papá murió en tu nombre. Alessa y Cheryl fueron sacrificadas para ti. Incluso Claudia... sin ella, nada de esto habría pasado. No tienes derecho a existir en MI mundo. ¡Yo los vengaré!
Heather alzó su pistola y comenzó a disparar. Dios chilló con gritos desgarradores cuando tres balas la golpearon en el pecho una tras otra. Tembló y cayó sobre sus rodillas, incapaz de sostener su propio peso sobre sus débiles piernas. Pero a Heather se le estaban acabando los recursos también. Esas fueron sus últimas balas, y no tenía cargadores de repuesto. Su última arma era el cuchillo, confiable pero apenas más grande que una daga. Aunque no sabía si sería suficiente, estaba dispuesta a arriesgarse para averiguarlo.
Dios parecía ser incapaz de conjurar fuego si no estaba en pie. Intentó en vano contraatacar con sus puños a Heather, quien estaba corriendo para evitar llamas en el suelo. Dios atacó con torpeza, pero eventualmente, consiguió golpear a Heather y enfurecerla aún más. Heather saltó a su espalda y continuó blandiendo su cuchillo en un frenesí animal. La ira dirigió cada puñalada que le dio a su antinatural cuerpo. Dios gritaba agonizante, remeciendo al domo con sus alaridos. Pero, eventualmente, torció su columna para golpear a Heather con un poderoso impacto.
El contraataque fue severo. Heather sintió cómo se rompió un par de costillas. Luchando para no perder la consciencia, se forzó a ponerse de pie y buscar el cuchillo que soltó. Por el rabillo del ojo, vio a Dios inhalar profundamente, advirtiendo que Heather debía moverse. Ella tomó el cuchillo y cargó contra la criatura.
Fue un movimiento desesperado y suicida. No tenía otras alternativas con la poca fuerza que le quedaba. Si al menos pudiese hacerla caer junto a ella…
No le importaba morir. No quería vivir en el nuevo mundo de ese dios, de todas formas. Envuelta en un calor abrasador, Heather se lanzó contra la criatura y enterró la hoja profundamente en su frente.
— ¿Es este el fin? Papá... —murmuró para nadie en particular.
Vagó sin rumbo por el domo cavernoso, vacío de dios o de cualquier otra deidad. La salida estaba en las alturas, lejos de su alcance. ¿Por dónde más podría salir? Eventualmente, el cansancio ganó la batalla, y Heather cayó al suelo sin más energías en su ser.
¿Qué? ¿Otra vez?
No me toques. Quítame las manos de encima.
Heather pensaba vagamente entre sueños y realidad. Sus articulaciones dolían. Su cuerpo ardía. Se sentía agotada, como si hubieran llenado su cuerpo de arena.
En su visión nublada, vio a la figura demacrada de antes. El monstruo estaba arrastrando su cuerpo indefenso por el suelo.
¿A dónde me llevas? ¿Al infierno? ¿Eres la muerte? ¿Qué vas a hacer conmigo? ¿Comerme? Probablemente sé horrible. Cuando era niña, papá bromeaba con que si alguien me secuestrara y cocinara, no aguantaría ni un bocado de mí, por lo amarga que puedo ser.
Se rió. Cuando faltan fuerzas para pelear, sólo se puede reír.
Al escuchar pasos acercándose, Douglas levantó su cabeza. Se irguió junto a la banca y se fijó en la persona que venía.
— Heather... ¿Ya está? ¿Terminó todo?
— Todavía no. Aún sigues vivo —dijo Heather, apuntándole con la pistola.
Pausó por unos momentos, mirando fijamente a su rostro aterrorizado... y soltó una carcajada.
— ¡Bú! Sólo bromeaba. Venganza por lo de antes.
Douglas sonrió con amargura y suspiró aliviado.
— Heather... así que…
— No tienes que llamarme así. Ya no necesito ese nombre —interrumpió Heather, negando con la cabeza.
Douglas la miró por un momento.
— ¿Quieres que use tu verdadero nombre? Si no recuerdo mal…
— Cheryl. El nombre que papá eligió para mí.
— Ya veo.
Douglas asintió. Averiguó temprano en su investigación que «Heather» era un alias, y se había imaginado que había un motivo profundo tras ello. Pero, ahora que ya no era necesario, se podía quitar el peso de encima y reemplazarlo por alegría y optimismo.
— ¿Vas a dejarte el cabello de tu color natural también?
— ¿Sabías que está teñido?
— Soy el gran detective, Douglas Cartland.
— Mmm, no lo sé. ¿No crees que el color rubio me queda mejor? —dijo entre risas y una pose de modelaje.
Le prestó su hombro al detective herido, y juntos, dejaron el pueblo de Silent Hill. La radio no volvió a emitir sonido alguno otra vez, y cualquier rastro de los monstruos del pueblo se desvaneció en la noche. Sin embargo, quedaba un último cabo suelto.
La mirada de una criatura.
Quien la había sacado del abismo en la capilla y restaurado su salud con su poder. Heather no sintió ninguna necesidad de agradecérselo. No había sido más que un favor. Tal vez su única tarea era proteger a la Madre Sagrada. Aunque la verdad no estaba clara, parecía que las cosas no iban a cambiar mucho por ahí, por más que todo haya terminado.
— Esto es el adiós —le dijo a la criatura desde las afueras del pueblo. Era una advertencia de no continuar.
Unos días más tarde, se vio a la joven dejando flores blancas en la tumba de su padre. Se dijo que estaría bien. Que tenía el apoyo para vivir por su cuenta. Que nadie debía preocuparse.
— Gracias, papá.
La chica le ofreció sus palabras de gratitud.
Y sobre ellos, el cielo despejado y soleado se extendía una vez más.
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Muchas gracias por su paciencia y por leer mi traducción de la novela de Silent Hill 3. Este fue un proyecto completamente in promptu que decidí tomar al ver que no había una traducción disponible para esta novelización. ¿Se imaginan que tan sólo este último capítulo habría costado sobre 500.000 pesos chilenos si no hubiera sido voluntario? (Mi Ko-Fi está en el menú del lado, ya saben, si es que quieren...) En fin, me alegra haberlo terminado, y ojalá que a ustedes también les haya gustado.
Crédito a Sadamu Yamashita, autor original; a Masahiro Ito, artista visual de la novela; y a Wyntr, cuya traducción inglesa usé como base para la mía.
--Azure
Te acabo de descubrir hoy mismo porque estaba buscando las novelas originales en japonés o inglés para poder hacer una traducción e incluso montarlo exactamente igual al original con las imágenes y todo pero no encontré nada en PDF. SI sabes de algún lugar para poder acceder te lo agradecería mucho.
ResponderBorrarEn fin... Enhorabuena por el pedazo de trabajo que has hecho con la traducción de la novela de SH3, es espectacular, la verdad, muchísimo animo y tienes a uno que de ahora en adelante te sigue y te lee en redes a partir de ahora.
Saludos.