Silent Hill 3: La Novela - Capítulo 1: Pesadilla
Capítulo 1: Pesadilla
Recuerdo el calor de su abrazo. Es un recuerdo borroso, una memoria de mi niñez en lo más profundo de mi corazón. Estoy en sus brazos, meciéndome de lado a lado, sintiendo su respiración agitada en mi oído, y parecen tanto alientos de vitalidad como jadeos de desesperación.
— Era yo, sosteniéndote, cuando eras una bebé —me dijo papá.
Su mirada se perdía en la distancia. Nostálgica, pero solitaria…
Heather veía ese recuerdo en sus sueños de vez en cuando. Usualmente era un sueño acogedor, pero a veces se convertía en una pesadilla horrible.
Una presencia se acerca a su padre mientras corre.
Plat, plat, plat… se aproximan pasos descalzos por la acera. Son sonidos irregulares y perturbadores, interrupciones para el cálido palpitar que siente contra su mejilla. La sombra de la presencia los alcanza y se yergue sobre padre e hija, donde se convierte en oscuridad que engulle al mundo alrededor. Ojos, de un amarillo brillante como la luna llena, flotan en esa oscuridad acompañados de una sonrisa desfigurada, observando fijamente a la pequeña Heather.
Es una mirada paralizante, que se entierra en lo profundo del cuerpo de Heather y la corta desde adentro. El dolor que inflige es más que físico, es agonía pura en su alma y la lleva a la locura, hasta que un grito escapa de sus labios.
Normalmente, ese es el punto en el que ella despierta en su cama empapada en sudor, pero… la pesadilla de hoy no terminó ahí.
— ¿Dónde estoy? —murmuró confundida, mirando a su alrededor.
Justo cuando piensa que la sombra la había consumido, el escenario de su sueño se transforma repentinamente en un lugar que parecía una plaza. Ya no es una bebé, sino que es una diecisieteañera de pie por sí misma.
— ¿Es esto… un parque de atracciones?
Aunque había caído la noche, no estaba del todo oscuro, gracias a la poca luz que faroles daban para esparcir las tinieblas. Al mirar atrás, vio coloridas luces de neón difundiéndose en las sombras, y un arco iluminado indicando la entrada del parque. Las puertas estaban cerradas por rejas de hierro impidiendo la entrada y salida del lugar, pero Heather ya estaba dentro, atrapada sin escapatoria.
Entonces, sintió algo frío en la palma de su mano.
Era un cuchillo. Una navaja, un arma con la que ella no era muy familiar, y ciertamente algo que no llevaría habitualmente para defensa personal. Siendo un sueño, no era necesario preguntarse el porqué de su posesión. Pero aun así, la sensación era vívida, y el acero helado de su filo se sentía casi real.
Heather notó una figura sentada en un banco de la plaza. ¿Podría ser la terrible presencia que la perseguía cuando era una niña? Nerviosamente, se acercó a la silueta con el cuchillo en mano. Aunque se movía con sigilo, toques metálicos se hacían escuchar desde las suelas de sus botas. Parte del pavimento de la plaza había sido cubierta con rejillas de acero, quizás de una alcantarilla.
Al acercarse al banco, una luz distinta a la de los faroles iluminó a la figura, proveniente del pecho de Heather. Por alguna absurda razón, una linterna de pecho había aparecido en el bolsillo de su chaleco.
La luz reveló una persona con largas orejas creciendo de su cabeza. Descansando débilmente contra el respaldo del banco, tenía ojos redondos y bien abiertos… porque era un muñeco, o mejor dicho, un disfraz de conejo. Parecía abandonado, pero quizás todavía había alguien dentro. Esa carita esponjosa que le dio la bienvenida a tantos niños ahora estaba manchada con sangre seca.
Heather se alejó del banco y se encaminó al interior del parque de atracciones. Avanzando sin rumbo por el paisaje surrealista, pasó un puesto de palomitas y una misteriosa jaula del tamaño de una cabina telefónica, en la que vio algo retorcerse tras las vigas de la rejilla. No parecía una persona, sino que parecía ser una especie de criatura… La curiosidad no fue suficiente como para hacer que Heather lo examinase con más profundidad, y siguió adelante, ignorándola.
Un muro bloqueaba su camino. Junto a él, estaba la segunda puerta. Se abrió sin resistencia al empujarla.
El chirrido de las criaturas nocturnas del parque llenaba el ambiente, reemplazando los sonidos alegres de visitantes. El suelo estaba hecho completamente de barras de metal, y cada paso que daba producía un ruido estremecedor, llamando a algo en la oscuridad.
Un perro.
No, un monstruo con apariencia de perro. Su cabeza estaba partida en dos, como si un hacha le hubiese dado en medio. Saliva goteaba desde sus mandíbulas, rebosando con hostilidad hacia Heather.
Ella comenzó a correr. Comparada con sus amigas, Heather era una chica dura, con fama de ser tenaz y nunca estremecerse ante peleas con hombres. Pero a pesar de ello, seguía siendo una joven de diecisiete años. Odiaba las cucarachas y las ratas, y la apariencia grotesca del monstruo le ponía los pelos de punta. Al correr, sentía las suelas de sus botas pegarse al piso y retrasándola.
Eran los movimientos torpes característicos de una pesadilla.
La bestia canina la alcanzó, y hundió sus colmillos en la falda de Heather.
— ¡Suéltame!
Heather blandió la navaja al aire en pánico. No sintió resistencia alguna en cada puñalada. El cuerpo del monstruo parecía vapor. Sin importar cuánto lo apuñalara, el cuchillo sólo pasaba a través de él. Pero el peso tirando de su falda era real, y el hedor de los colmillos le provocaba náuseas.
De alguna forma, continuando la extraña linealidad del sueño, Heather se encontró en un corredor abierto en el medio, arrastrando su pierna herida por las mordeduras. Pasó por restaurantes y tiendas de recuerdos que rodeaban su camino, hasta que llegó a otro muro de ladrillos obstaculizando su paso. La única salida era una puerta señalada como Montaña Rusa. Aunque consiguió escapar del monstruo canino, la situación claramente seguía empeorando.
Al otro lado de la puerta, el chirrido se escuchaba más fuerte, haciendo eco en cada rincón del parque.
En la oscuridad, una temible silueta se alzaba delante. La linterna reveló un gigante grotesco con una cabeza deformada y brazos gruesos como sacos. El gigante avanzó con torpeza, arrastrando sus brazos por el suelo.
Heather estaba congelada, paralizada por un horror inexplicable. La apariencia imposible del monstruo era mucho más aterradora que la del perro. Su corazón gritó más fuerte que su boca.
Debía correr.
Esquivando al monstruo con una amplia curva, Heather esprintó hacia las tinieblas. Los movimientos del gigante eran lentos gracias a su gran tamaño, pero aun así, Heather cayó en otra trampa propia de una pesadilla. El aire se volvió pegajoso como caramelo y resistió sus movimientos, hasta que el robusto brazo del espectro la golpeó en la espalda y la arrojó hacia adelante.
Aunque era un sueño y no podía sentir dolor alguno, tuvo dificultades para ponerse en pie otra vez. Las heridas en su cuerpo se sentían demasiado reales. No había más que hacer excepto cojear adelante.
Tras una taquilla amarilla había una reja, y detrás de aquella, escaleras. Probablemente el camino a la plataforma de la montaña rusa. Sin otro lugar seguro alrededor, Heather empujó la puerta y subió los peldaños. El carro en la plataforma no llevaba pasajeros, y el cuarto de control estaba oscuro e inoperativo. Si quería continuar avanzando, debía subir a los rieles y caminar por las curvas de la montaña rusa. La pesadilla la empujó a dar el primer paso y tomar ese camino.
Muchas de las vigas de la estructura estaban ausentes. Si fuera de día, y de estar en el mundo real, Heather estaría completamente paralizada por la altura y el peligro, incapaz de dar otro paso adelante.
Un silbido agudo se escuchó detrás. Una vibración se esparció por los rieles. Y un rugido ensordecedor alcanzó sus oídos.
Lo último que vio al voltearse fue el carro de la montaña rusa, el cual debía seguir apagado, acelerando hacia ella. Las luces delanteras abrieron la oscuridad y se enfocaron en quemar sus ojos. Su visión se cubrió en blanco y, en ese momento, su cuerpo fue triturado en el impacto.
Se sintió como una caricatura.
Su cuerpo, lanzado hacia el cielo nocturno, flotó como plumas entre los rieles y hacia el piso. Huesos fracturados, órganos expuestos, piel despedazada.
Esto es un sueño.
Debe ser un sueño. Pero, ¿qué es esta sensación horrible? Su corazón pesaba por una desesperación que quería hacerla llorar. Es como si hubiese sido real…
Algo me está tocando. Trata de revivirme. Una mano que trae salvación, pero sin amor. Jalándome de mi tumba. Heather apenas pudo abrir sus ojos para ver quién era.
¿Un ángel guardián?
No puede ser. No me hagas reír.
Por más que tuviera una forma humana, era un monstruo verrugoso.
No, deja de tocarme con esas manos sucias.
Sólo quiero dormir. Olvidarme de todo. No quiero recordar.
Heather despertó aturdida. Se había quedado dormida bajo un placentero atardecer, sobre una mesa en la hamburguesería donde se detuvo tras las compras.
— Qué pesadilla… —susurró agotada. El sueño la había drenado de energía.
La luz brillando a través de las persianas de la hamburguesería estaba entintada con el rojo del atardecer. Parecía el color de la sangre en su sueño. Heather se levantó a duras penas y salió de la tienda.
Familias con sus niños, parejas, solteros, mujeres vestidas con la última moda, hombres de negocios en trajes, jóvenes cubiertos en tatuajes y piercings, obesos adinerados, y los jubilados viviendo sus días con gracia… Todos esos decadentes individuos formaban enjambres en los pasillos. Las tiendas rebosaban de placeres materiales efímeros, recordatorios de la corrupción de Sodoma y Gomorra, ahogando a la gente con riqueza.
En medio de esa multitud, una mujer vestida de negro caminaba.
Desafiando el flujo de los compradores, su atuendo de sacerdotisa la hacía destacar contra sus vibrantes alrededores. Su mirada, llena de lástima, observaba al mundo que trataba con desprecio.
— Pronto —murmuró—, será el amanecer de una nueva era.
Una leve sonrisa.
Las señales ya se estaban presentando.
“Ello” aguardaba, en el reverso de esa supuesta normal ciudad, tomándose su tiempo. En el otro lado, separada por un velo, esperaba el momento correcto para resurgir. El gatillo ya había sido apretado. La bala perforaría la membrana pronto, y en poco tiempo, todo comenzaría a derramarse.
La mirada de la mujer se detuvo en una adolescente. Intensamente, con algo de afecto…
La chica frente al teléfono público.
La chica que se había convertido en el motor…
Quien había perforado el velo…
Todo residía en su interior.
— ¿Papá? Soy yo —Heather le dijo al teléfono con energía—. Perdón por no llamar antes… me quedé dormida. Me voy a casa ahora. Oh, lo que me pediste, no lo encontré aquí. Sí, sí, lo sé. También te quiero.
Dos pares de ojos la estaban observando en secreto mientras llamaba a casa.
Un par le pertenecía a un hombre. Observaba el perfil de la chica desde una distancia, la comparó con una fotografía en su mano, y asintió.
— Heather Mason… Eres tú.
Heather notó la mirada del hombre.
Era un hombre de mediana edad en un traje y abrigo desgastados, con una barba poco mantenida y pelo despeinado asomándose bajo un sombrero de fieltro. Casi parecía un vagabundo.
Heather le arrojó una mirada furtiva mientras colgaba el teléfono. Si un hombre desconocido la estaba observando, sus motivos estaban claros. Especialmente si aparentaba tener alrededor de la misma edad que su padre.
Piérdete, pervertido.
La mirada de Heather comunicó su mensaje, pero el hombre pareció confundido, como un niño regañado sacudiendo su cabeza de lado a lado.
— ¡Espera! Eres Heather Mason, ¿cierto? Tenemos que hablar.
Ella trató de alejarse del hombre que la había empezado a perseguir, pero la mención de su nombre llamó su atención lo suficiente como para detenerse brevemente.
— Soy Douglas Cartland. No soy sospechoso, soy un investigador privado.
— ¿Un detective?
— Sí.
Douglas sacó una insignia de su billetera. Era una licencia del gobierno local.
— Eh…
Heather miró a la insignia con genuino interés por primera vez, pero sin sentir curiosidad por el detective que la sostenía. No pudo determinar si era una licencia real. Después de todo, había muchas falsificaciones en el mundo. El hombre podría ser un criminal tratando de hacerse pasar por alguien para ganar su confianza. Y, aunque fuera un detective real, Heather no tenía intención alguna de compartir información privada sobre cualquiera de sus amigos que estaba en problemas.
— Si estás buscando una mascota perdida, pregúntale a alguien más. Adiós.
Continuó su marcha por el pasillo.
— Sólo será un momento, por favor. Deme un segundo.
— Mi papá siempre me ha dicho que no vaya con extraños, aunque me ofrezcan dulces.
— Esto es muy importante. Es sobre tu nacimiento.
Qué hombre más persistente. Heather ya estaba harta.
— ¿Hasta dónde piensas seguirme?
Se apresuró hacia el baño de mujeres, donde se detuvo para mirar al hombre con el cartel de “SÓLO DAMAS” detrás de ella.
— Oh, mis disculpas. —Douglas retrocedió, casi tropezando con sí mismo—. Me dejé llevar… Voy a esperar aquí, pero, por favor, realmente tenemos que hablar-
¡Plam!
La puerta se cerró en la cara del detective.
Heather entró al baño sin mirar los cubículos. Estaba ahí para deshacerse del hombre siguiéndola, no para usar los servicios. Se dirigió hacia la ventana para escapar, pero se detuvo a observar algo.
Había un dibujo en el espejo del lavabo. Un símbolo extraño, dentro de un círculo. Parecía estar dibujado en lápiz labial, pero tenía la inquietante apariencia de sangre secándose.
Este mall se echó a perder, pensó Heather. Solía ser un lugar decente, pero ahora había pervertidos corriendo por ahí, y vandalismo en los baños…
Al seguir observando al símbolo, una ola de mareos pasó por su cabeza. Sus sienes palpitaron. Recuerdos empezaron a derramarse por su mente, y el dibujo comenzó a sentirse familiar.
¿Dónde lo había visto antes? ¿Y cuándo?
Mientras más trataba de recordar, más le dolía la cabeza. Heather apartó la vista para escapar del dolor. No era el momento para cosas como esa. Tenía que escapar del pervertido primero que nada, y luego reportarlo a los guardias y hacer que lo arresten.
Tras abrir la ventana, trepó por ella y aterrizó en el callejón entre el mall y un edificio adyacente. En su camino a la entrada principal, se encontró con una furgoneta bloqueando el callejón con su mitad posterior, y en el otro extremo, fue obstruida por una pila de cajas vacías.
Heather estaba enfurecida. No podía creer la negligencia del mall. ¡Se supone que era una salida de emergencia! ¿Qué haría si hubiese un incendio? Con razón la clientela del mall se deterioró tanto, si la administración era tan pésima.
No hubo mejor opción que entrar por la salida de emergencia. Aunque era posible que se encontrara con el supuesto detective otra vez, pensó que sería poco probable gracias a la distancia entre el baño y donde re-entró. Pero al abrir la puerta, un aire pesado y húmedo se restregó por su cara. Había un ligero olor desagradable que la hizo arrugar su nariz. ¿Qué pasaba? ¿Se habrá roto el aire acondicionado?
Había algo más que se sentía extraño.
Estaba demasiado callado.
Heather no podía escuchar la cacofonía usual de los compradores, y era muy temprano para ser el cierre del mall. Sus pisadas, usualmente decididas, reverberaban en seco por el pasillo. Para cuando llegó al final del corredor y abrió las puertas al sector principal, sus miedos se concretaron.
No había nadie. Ni una sola alma. Ni compradores ni empleados.
Las luces principales estaban apagadas, dejando sólo las tenues luces de emergencia encendidas. El piso, anteriormente impecable, estaba manchado con algo parecido a sangre, como si una masacre hubiese recién sucedido. Ambos pasajes llevando a la entrada principal del mall estaban cerrados por cortinas cortafuegos. Heather estaba atrapada.
— ¿Qué está pasando?
Su voz se sintió casi como un grito. El temor arremolinándose en su pecho no se formaba sólo por la idea de encontrarse con el hombre en la oscuridad otra vez. Lo que la aterraba eran los distantes sollozos provenientes de algún lugar bajo ella.
Sus piernas temblaban, pero consiguió acumular el valor para continuar por el centro comercial desierto. Tenía que salir de ahí a toda costa. Al pasar una boutique, notó una figura agachada dentro, visible a través del escaparate. Quizás olvidaron a alguien, y se estaba escondiendo de lo que sea que pasó. Heather abrió la puerta dispuesta a ayudarle si es que estaba herida o inmóvil. Quizás sabría lo que sucedió.
Adentro, lo primero que vio fue una pistola tirada en el suelo. Un modelo automático, algo que uno no esperaría exactamente encontrar en una boutique. Podría ser que se le cayó a un guardia. Heather la tomó para verificar que estuviera cargada, calmando su ansiedad tan sólo por tenerla en sus manos. Ya estaba deseando encontrar algo con lo que protegerse, y quizás es por eso que notó la pistola tan rápido.
Un gemido de dolor y el sonido de algo partiéndose hicieron que Heather volteara.
Al fondo de la tienda, bajo el mostrador, algo grande y deforme se apiñaba sobre otra cosa. Tenía un cuerpo gigantesco con una cabeza de forma extraña, y brazos gruesos como sacos. Parecía una criatura sacada directamente de su subconsciente, como algo que había visto en su pesadilla del parque de atracciones.
No pudo distinguir qué era lo que la criatura estaba atacando. Esa maraña de carne y huesos con la que se estaba atiborrando apenas parecía un humano. Al menos, Heather deseaba que no lo fuese. La criatura volteó su extraña cabeza hacia ella, con sus ojos (donde sea que estuviesen) fijándose en ella ferozmente.
El monstruo se levantó, irguiéndose hasta casi alcanzar el techo. Garras en forma de estacas, que seguro ya habían sido usadas para hacer pedazos a sus víctimas, se extendieron desde los extremos de sus brazos. Heather se paralizó con miedo, sintiéndose como una rana acorralada por una serpiente. Sudor se derramó por su piel mientras su cuerpo alternaba entre frío y calor. Sus piernas apenas podían soportarla. No, correr sería inútil, el monstruo la alcanzaría. Enfrentarlo con la pistola era su única opción.
— ¡Aléjate! —Heather gritó, tratando de sonar fuerte. Pero no había caso, estaba tratando con un monstruo. Probablemente ni siquiera entendería el lenguaje humano. Y aunque lo hiciera, no se detendría. Era una bestia sedienta de sangre.
El monstruo avanzó, y Heather disparó.
No fue la primera vez que había usado un arma. Su padre la había llevado a campos de tiro un par de veces, y alababa su destreza. Tenía experiencia con pistolas, rifles y escopetas. Mientras que para otros era extraño enseñarle a disparar siendo tan joven, su padre lo había hecho motivado por la seguridad de su hija. Sus ojos siempre tenían una mezcla de convicción, amor, y un toque de tristeza.
— Desearía que todo esto fuera innecesario —le dijo Harry a su hija—, pero en este mundo infestado por crimen, podría servirte algún día.
Ojalá hubiese sido innecesario, pero el entrenamiento resultó invaluable.
— Dije, ¡aléjate! —gritó con una voz aguda, disparando repetidamente al grotesco enemigo.
La fuerza de las balas hizo que el monstruo reculara. Para cuando Heather vació el cargador de la pistola, el monstruo cayó al piso con un golpe violento, donde se sacudió horriblemente hasta que dejó de moverse.
Heather no sintió júbilo o logro en ello. Seguía petrificada, apenas conteniendo las lágrimas en sus ojos, siendo la adolescente que era.
— ¿Por qué está pasando esto? —murmuró.
¿Por qué había un monstruo de sus pesadillas en el mundo real? La sorpresa y confusión la mareaban. Era demasiado absurdo para aceptarlo. Seguía observando al monstruo, esperando que algo cambiara, pero la criatura era indudablemente la de su sueño.
¿Por qué?
Forzó su memoria y rascó su cabeza en frustración.
— ¡Basta! —exclamó, sin encontrar razón para seguir pensando. No iba a encontrar una respuesta así, y nunca fue el tipo de persona que piensa las cosas demasiado.
Aún sollozando, le dio una patada al monstruo y dirigió su atención a los restos mutilados de su víctima. Los pedazos de carne esparcidos por el suelo no eran reconocibles, pero un cinturón destrozado entre ellos probaba que se trataba de un humano. Contuvo una ola de náusea y rezó por el alma del fallecido.
El cinturón roto tenía un par de cargadores de pistola en él, identificando al cuerpo como un guardia de seguridad. Seguro lo habían atacado por la espalda y no pudo usar su arma. Heather tomó el cargador y preparó su pistola con disgusto, mientras que guardó los otros en un bolsillo de su chaleco. Debía estar preparada, ya que sentía que los sollozos indicaban la presencia de más monstruos.
Heather volvió sobre sus pasos hacia el corredor de emergencia. Esa área estaba usualmente restringida al personal del mall y contenía varias bodegas, oficinas, y cuartos de servicio. Planeó subir las escaleras de emergencia al segundo piso, para luego bajar por las escaleras mecánicas al atrio y entonces salir por la puerta principal.
Escaleras arriba, abrió la puerta a otro sector restringido. Los gemidos se escucharon más cercanos, seguidos por pasos provenientes de un pasillo aledaño. Otra criatura infernal había escuchado la puerta abrirse y se estaba acercando.
Esta vez, se trataba de un perro con una mandíbula bifurcada grotescamente y salivando sobre el suelo: la misma imagen a la que se había enfrentado en un sueño. Detrás de ese monstruo, otra criatura de piernas largas y piel pálida se asomaba, una que no había encontrado en su pesadilla. Pero ahora, Heather estaba armada. Ya no se sentía tan asustada. Resuelta, le disparó al can antes de que pudiese arrojarse sobre ella.
Cuatro balas le dieron al objetivo, gracias a su entrenamiento previo. Sólo el primer disparo falló. La criatura calva colapsó en un charco de su propia pútrida sangre, dejando ver sus colmillos semejantes a los de un tiburón. La alegría abandonó la cara de Heather cuando más monstruos aparecieron por la esquina.
Imposible, ¡no podría con tantos sólo con la pistola!
Se dio la vuelta y escapó por el pasillo izquierdo hacia el vestíbulo. El vestíbulo del segundo piso tenía un atrio circular rodeado por balcones que se extendían hacia el tercer piso. Al llegar ahí, se encontró con dos más de los gigantes con brazos grandes. Heather se escondió tras una columna y contó los cargadores y balas en sus bolsillos. Tenía dos cargadores, sumando veinticinco balas en total.
Parecían muchas, pero no eran suficientes. Estimó que tomaría un cargador entero para derribar a tan sólo uno de los monstruos, a juzgar por el último encuentro. Ambos gigantes le costarían dos cargadores, dejándola con unas míseras cinco balas para cualquier monstruo que pudiera aparecer después.
— No las voy a desperdiciar en esos dos —decidió. Conservar munición siempre fue una lección que Harry trató de inculcarle, y pareció dar frutos.
Desde su escondite, Heather observó los movimientos de los lentos gigantes. No eran muy ágiles en el sueño, tampoco. Ya los había esquivado en la pesadilla, seguro podía hacerlo otra vez.
Fijó su atención en uno en el balcón y esperó a que le diera la espalda. Apenas lo hizo, Heather corrió desde el pilar, esperando pasar entre el brazo del monstruo y la baranda, para luego cambiar rumbo hacia la escalera. Sin embargo, el monstruo reaccionó más rápido de lo que esperaba. Sus piernas podían ser lentas, pero sus brazos se podían mover con una velocidad sorprendente, bloqueando el camino con sus extremidades alargadas.
— ¡Ah! —Heather gritó, deteniéndose justo a tiempo para evitar empalarse en el filo saliendo del brazo del monstruo.
Su plan estaba bloqueado. No podía hacer más que darse la vuelta, pero el pasillo hacia el ascensor también estaba obstruido, por una cortina cortafuegos. El monstruo tapó el balcón con su gran tamaño, y aún peor, el otro gigante había escuchado la conmoción y se dirigía hacia ella con sus estacas extendidas. Heather estaba rodeada.
Sólo quedaba una opción: una librería cercana. Corrió hacia sus puertas, aun sabiendo que los monstruos la tratarían de seguir. Tenía mejores posibilidades contra ellos ahí que en el vestíbulo.
La librería estaba llena de filas de estantes, a su vez llenas de libros grandes y de bolsillo. Heather pasó por las obras de Shakespeare y llegó al mostrador, desde donde vio una puerta que parecía ser la salida trasera. Ignorando el ruido de los monstruos destruyendo el escaparate de la tienda, Heather abrió la puerta y abandonó la librería, esperando encontrar las escaleras mecánicas al otro lado.
La mujer esperaba en el corredor, inmóvil. Estando vestida de pies a cabeza en negro, su presencia austera e inexpresiva la asemejaban a una monja en un monasterio remoto. Y aun así, sus ojos brillaban con alegría. La transformación había superado sus expectativas.
Al fin…
No lo dijo en voz alta, pero las palabras resonaban en su mente.
Al fin, ha comenzado. El amanecer de una nueva era. El despertar de un gran letargo.
Pero sabía que el sol no se había alzado aún. El horizonte estaba recién empezando a mostrar una pizca de luz entre la oscuridad nocturna. Para hacer del amanecer una realidad, para disfrutar de la nueva era, sabía que debía…
Sonrió para sí misma, esperando lista…
Al salir por la puerta trasera, Heather se encontró en otro corredor de emergencia. La puerta hacia las escaleras estaba cerrada, al igual que todas las demás a lo largo del corredor. Todas estaban selladas con llave, casi obligándola a volver donde los monstruos la esperaban.
— Escucha, Heather —Harry le decía repetidamente—, no importa con qué predicamentos te enfrentes, no puedes rendirte. Si sigues avanzando, se te abrirá un camino. Tienes ese poder. Un gran poder en tu corazón. Cree en ti hasta el final.
— Lo sé, papá —respondió Heather, imaginando la figura de Harry en su mente—, estaré bien, ¡esto no es nada! Voy a llegar a casa. Puede que me tome un poco de tiempo, pero no cenes sin mí, ¿okay?
Un susto la hizo levantar su arma. Había alguien delante, en el pasillo oscuro. Parecía una silueta humana, pero se veía completamente oscura… ¿Podría ser otro monstruo?
Heather avanzó con cautela, apuntándole con su pistola. Poco a poco, distinguió que se trataba de una mujer humana vestida de negro. Estaba inmóvil, inexpresiva y callada, observando a Heather.
— Um… —Heather llamó su atención—. ¿Quién es usted? ¿La olvidaron aquí también? ¿Qué pasó aquí? ¿Qué son esos monstruos? ¡Dígame algo! No tengo idea de qué está pasando. No hay nadie más por aquí… usted es la primera persona que encuentro.
Bombardeada por preguntas, la mujer finalmente se vio inclinada a contestar. Sin embargo, las palabras que salieron de su boca fueron incomprensibles.
— El comienzo se acerca. Para reclamar nuestro paraíso perdido-
— ¿Qué? —Heather refunfuñó.
Se preguntó si la mujer había perdido la cordura. Entendible, estando en tal situación, con tantos monstruos cerca. O, quizás, siempre fue rara, como esas personas que anuncian el fin del mundo y demandan arrepentimiento. Heather podía ver gran alegría en sus ojos, a pesar de la falta de emoción en su rostro.
— ¿No sabías? Necesitamos tu poder —Sus ojos mostraban éxtasis—.
— No la entiendo —contestó Heather, encogiéndose de hombros—. Perdón, pero creo que no la puedo ayudar.
Era mejor no involucrarse con sus asuntos. En esas circunstancias, tenerla cerca sería un estorbo. No se sentía bien dejarla, pero era un caso de la “tabla de Carnéades:” cuando dos personas se están ahogando y sólo hay una balsa para una persona, uno debe abandonar al otro para salvarse. Ella debía priorizar su propia seguridad y escapar, y luego notificar a la policía para que envíen ayuda.
— Soy Claudia —continuó. ¿Y ahora se estaba presentando?
— Okay —Heather asintió—. Me acordaré. Voy a buscar ayuda, así que quédate aquí y espera.
Trató de pasar por su lado, pero Claudia la bloqueó con su cuerpo.
— Recuerda —le susurró al oído en una voz tan suave como filosa—. Recuérdame, y a tu verdadera identidad también, y lo que debes hacer…
¡Auch!
La cabeza de Heather empezó a palpitar horriblemente.
— Tú, con manos ensangrentadas, invitarás al paraíso…
¡Ah!
Heather se vio afligida por una migraña repentina, provocada por las palabras de la mujer. Mareos, también… En su visión borrosa, distinguió los ojos de la mujer brillando con intensidad.
Sospechas sobre la mujer inundaron su mente.
— ¿Tú le hiciste esto al mall?
— Todo es obra de Dios —contestó Claudia con una sonrisa.
Más dolor agudo atravesó a Heather.
— ¡Espera! —le gritó a Claudia, quien se marchaba. El dolor era demasiado insoportable para seguirla, y los mareos la derribaron a sus rodillas. ¿Anemia? Su visión era un blanco borroso.
Para cuando su aliento se estabilizó y pudo mirar a su alrededor, la mujer había desaparecido.
— ¿Qué quieres que recuerde…? —Murmuró al levantarse—. ¿Qué es lo que…?
La respuesta estaba en la punta de su lengua. Pero intentar expresarla le traía la migraña de vuelta. Algo en su mente se resistía.
¿A dónde se había ido Claudia? Heather examinó las puertas del pasillo una a una. Tenía que haber alguna que no estuviera cerrada. Claudia debió pasar por alguna de esas habitaciones para bajar al primer piso. Tras una serie de decepciones, Heather llegó al final del corredor, donde un elevador de servicio aguardaba.
— Perfecto —murmuró.
Cuando presionó el botón, las puertas se abrieron, invitándola. La facilidad de todo la hizo sentir un poco tonta. Todo su esfuerzo para escapar parecía haber sido en vano. Si tan sólo hubiese encontrado ese elevador antes…
Apenas entró, el ascensor la sobresaltó con un repentino comienzo a descender. Se estaba sintiendo segura dentro de la caja de metal, creyendo que la protegería del exterior, cuando algo cayó del techo abruptamente.
Una radio portátil golpeó el piso.
Heather apuntó su arma al techo, donde vio la trampilla de emergencia abierta. Quizás estuvo abierta todo el tiempo. Una radio, por alguna razón olvidada al borde de la trampilla, se deslizó por las vibraciones del elevador y cayó.
Además, la caída la había encendido. Estática provenía de sus parlantes.
Heather la recogió y empezó a girar la perilla. Dada la gravedad de la situación, esperaba escuchar noticias sobre el centro comercial, pero la radio parecía estar rota: lo único que emitía era ruido irritante.
— ¡Basura inútil! —Casi la arrojó al suelo, frustrada. Recordar una historia de su padre la detuvo. Cuando era niña, su padre, un escritor, solía narrarle sus propios cuentos de hadas como sustituto de historias de terror—.
— Había una vez —contaba Harry—, una radio rota. La radio sólo podía sesear. No podía ni siquiera tocar el pronóstico del tiempo. Pero sobre todo, estaba muy asustada. Odiaba los demonios y lloraba alrededor de ellos. Llantos tenebrosos, seseo aterrado. Un demonio devorador de humanos estaba cerca…
Dejando la estática encendida, Heather guardó la radio en su otro bolsillo. Se sentía como si su padre la estaba aconsejando. Harry nunca hablaba mucho de su pasado, pero daba la impresión que sus cuentos estaban basados en su propia experiencia. El parecido era increíble… ¿Acaso su entrenamiento la estaba preparando para ese día?
Las puertas del ascensor se abrieron, revelando un vacío oscuro.
Algo está mal.
Las luces todavía indicaban que Heather estaba en el segundo piso, pero estaba segura de que había descendido. Se asomó afuera con cuidado. Inmediatamente, se encontró en un callejón sin salida, rodeada por rejas en tres lados… Otro elevador.
El volumen de la radio aumentó súbitamente.
Había algo al otro lado de la reja. Se aferró a las barras una figura retorcida e irreconocible.
— ¡No! —Retrocedió sobresaltada—. ¿Estoy soñando, cierto? ¡Tengo que estar soñando! —Forzó risa nerviosa—. Ni siquiera un niño se creería esto…
La puerta oxidada se cerró tras ella, atrapándola en el elevador enrejado. Ya no podía regresar al cuarto iluminado.
— ¡Despierta ya de esta pesadilla!
Quería creer que estaba soñando, que seguía durmiendo en la mesa de la hamburguesería. La figura momificada al otro lado de las rejas le recordaba a un monstruo del parque de atracciones, una criatura que vio en una jaula cerca de la entrada. Sería absurdo que algo de sus pesadillas apareciera en el mundo real.
Pero Heather lo entendía. No estaba soñando, era indudablemente real.
La criatura torció su espalda para observarla. Heather quiso romper el contacto visual, pero la criatura podría romper la rejilla y atacarla, así que mantuvo su vista en ella sin parpadear. Con el tiempo, sintió que la criatura se veía menos… hostil. A pesar de su completa falta de rasgos faciales, daba la impresión de estar sonriendo. Heather sintió un aire de familiaridad.
No fue sólo en la entrada del parque. Hubo otro lugar también.
Una sacudida abrupta la despertó de sus pensamientos, y la figura momificada desapareció sobre ella.
El elevador descendió por unos momentos hasta detenerse y abrir sus puertas. Otro espacio oscuro la esperaba. No carecía de luz completamente, había un poco de iluminación reflejada en las paredes. Antes de poder ajustar sus ojos, Heather escuchó pasos amenazantes. La estática en la radio se intensificó, seguida por un rugido. Heather disparó a ciegas, dándole al monstruo y derribándolo. Distinguió, a duras penas, que era otro de los perros.
Al morir el monstruo, el ruido de la radio disminuyó… tal como en el cuento de su padre. Por alguna razón que no podía detenerse a averiguar, la radio podía advertir de monstruos cercanos.
Heather avanzó tanteando las paredes. Quería salir pronto. Se sentía como si hubiera entrado a un infierno, y se estaba asfixiando en él.
— Agudiza tus sentidos, Heather.
Más recuerdos de Harry.
— No te enfoques solamente en tus oídos. Las bestias se mueven en silencio. Tienes que sentir su presencia.
Era un campamento de verano. Como prueba de valor, Harry había hecho a Heather caminar por un bosque oscuro sin linternas.
— ¡Cuidado! Hay osos y coyotes.
La advertencia pareció cruel y asustó a Heather. Cada pequeño ruido la sobresaltaba, y avanzaba conteniendo lágrimas. El pequeño camino parecía una marcha interminable. No lloró porque confiaba en su padre, él debía estar vigilándola. Efectivamente, ahí estaba, caminando un poco detrás de Heather. Las historias de osos y coyotes eran mentiras. Cuando Heather completó su tarea, Harry lloró incluso más que ella, abrazándola y pidiéndole perdón.
Las sensaciones de esas caminatas por el bosque regresaron a Heather. Sus sentidos se agudizaron como un radar. Poco a poco, sus ojos se ajustaron a la falta de luz y pudo caminar sin necesitar las paredes.
¿Me estaba entrenando papá para este día? ¿Vio venir todo esto? ¿Quién es él? ¿Quién soy yo? ¿Qué quiso decir la mujer de negro?
La mente de Heather estaba arremolinada entre confusión y caos.
Entre las puertas cerradas del corredor, por fin encontró una que no lo estaba. Al abrirla, se dio cuenta de que se trataba de un amplio pasaje, probablemente el sector principal del mall. Si era así, ¡la salida debía estar cerca! Pero la presencia de maldad aplacó su alegría. La estática en la radio reveló una silueta grande en la oscuridad.
Heather corrió hacia donde la salida tenía que estar, pero dos monstruos más bloquearon su camino. No iba a poder pasar. Un brazo se estiró hacia ella, y ella apenas lo pudo esquivar. El movimiento la hizo alejarse de la puerta por la que entró, cortando su retirada.
¡Bien, si no puedo volver, voy a buscar otro camino!
Corrió en la dirección opuesta, por el espacio entre monstruos. Por ahora, debía deshacerse de ellos. Se los quitó de encima y se adentró en el sector principal, hasta chocarse con una cortina cortafuegos.
¡Mierda! ¡No la pude ver en la oscuridad!
Heather se dio la vuelta y buscó un pasaje lateral que había visto cerca de los monstruos. No tenía más opción que intentar ir por él, y esperar que la lleve a una ruta de escape.
Uno de los monstruos se le acercó arrastrando su brazo. Heather le disparó hasta vaciar un cargador entero, pero no tuvo alternativa. El monstruo cayó, y Heather pasó por sobre él, dirigiéndose al corredor lateral. Al llegar al final y girar a la derecha, encontró una habitación con luz asomándose bajo la puerta. Un poco de esperanza. Quizás había alguien dentro, y entró buscando contacto humano.
Era una bodega. Había estantes en cada pared, pero estaban vacíos y polvorientos. Sólo había un objeto, una linterna de pecho, la fuente de la luz. Heather la tomó sin titubear.
Para ser una linterna pequeña, su luz era bastante potente. Confiable, pero extrañamente similar a la que vio en sus sueños… Tal vez tenía sentido si estaba en una continuación de ellos, pero saber que no estaba dormida era espeluznante. Estaba en una realidad peor que cualquier pesadilla. Una pesadilla termina cuando despiertas. Incluso cuando terminan en tragedia, despertar te asegura estar a salvo. ¿Habría un final para esta realidad? ¿Podría volver a casa sana y salva?
Dejó la bodega y continuó por el corredor, hasta llegar a otro sector principal. Gracias a la luz, lo reconoció como el lugar al que había entrado cuando pasó por la ruta de emergencia inicialmente.
Pero parecía que habían pasado años. El pasillo y las tiendas a sus lados se veían dilapidadas. Las baldosas estaban desteñidas, rotas y sueltas. Los escaparates estaban sucios, agrietados o rotos. El mundo había cambiado drásticamente…
Heather entró a una tienda. La boutique donde encontró un monstruo por primera vez. Estaba hecha ruinas. El suelo estaba corroído y manchado, las paredes amarilladas. Los varios vestidos habían desaparecido, al igual que el cuerpo del monstruo. Sólo quedaban colgadores vacíos. Al salir de la tienda, Heather se preguntó qué hacer.
La cortina cortafuegos todavía bloquea el vestíbulo… La puerta de emergencia está cerrada…
Tenía que regresar. Volvió sobre sus pasos y se dirigió a la entrada principal.
— ¿Qué está pasando?
Era increíble. Después de arriesgarlo todo para llegar a las puertas, se negaban a abrirse. Aunque empujara o tirara, seguían firmemente cerradas. A través del vidrio podía ver que el ocaso había caído sobre el exterior, y la oscuridad del cielo había enterrado la salida. Con dos gigantes tras ella, miró hacia la escalera, pero también estaba bloqueada por cortinas cortafuegos. Heather corrió hacia los monstruos desesperada, pero no se trató de una acción suicida.
La hamburguesería estaba cerca de la entrada. A diferencia de los vidrios blindados de las puertas principales, la puerta de la tienda podía romperse para escapar. Los monstruos la seguirían, pero seguro habría una puerta trasera como en la librería.
Justo antes de que los monstruos la alcanzaran, Heather llegó al frente de la hamburguesería. No tuvo tiempo para apuntar el arma cuando tuvo que esquivar un golpe del gigante. Se abalanzó sobre la puerta de cristal con su hombro, y tropezó dentro de la tienda.
Por pura suerte, la puerta no tenía el seguro puesto.
Pero parecía que acababa de usar toda su suerte. La puerta trasera no se podía abrir. Se podía empujar un poco, pero estaba bloqueada por cajas al otro lado. Estaba atrapada. A los monstruos les costaba entrar por la puerta principal, pero sólo era cuestión de tiempo hasta que pudieran forzarse a través de ella. Su salvavidas, la pistola, sólo tenía un cargador y cinco balas restantes.
— No entres en pánico, no importa qué pase —le decía Harry—. Analiza la situación con calma, observa tus alrededores, y busca algo que puedas usar.
Heather examinó el restaurante.
Era muy diferente al lugar donde estaba durmiendo antes.
Buscó balas o algún tipo de arma improvisada, pero ese era un lugar para disfrutar comidas, no una armería. De repente, notó algo colgando del techo.
Una escalera a medio desenganchar.
¿Un desván?
Aunque fuera un callejón sin salida, al menos serviría para escapar de los monstruos.
Heather se subió a una mesa y saltó.
Sólo un poco más… pero no la podía alcanzar ni con las puntas de sus dedos.
Algo con lo que engancharla… ¡Claro!
Sacó un alambre torcido del bolsillo de su chaleco. Lo había tomado en la boutique. Pensaba en usarlo para forzar la cerradura de la puerta principal si estaba cerrada. No tenía experiencia con cerraduras, pero planeaba rebuscar en ella con el alambre de ser necesario. Como Harry le dijo, “siempre debes intentarlo todo.” Desafortunadamente no tuvo la oportunidad de usarlo en la puerta gracias a los monstruos, pero ahora sería útil en una forma inesperada.
Estiró el alambre y dobló la punta para hacer un gancho. Era lo suficientemente largo como para no necesitar ponerse de puntillas. Se despidió de sus perseguidores con la mano y subió por la escalera.
En la cima no había un desván, sino el corredor del segundo piso.
La escalera era, en realidad, una escalera de emergencia para bajar del segundo piso. La estructura del centro comercial parecía haberse alterado de formas imposibles. Dada la situación anormal en la que estaba, Heather pensó que tanto tiempo como espacio estaban distorsionados.
Ya había pasado por el segundo piso antes. Si iba hacia el atrio, seguro se encontraría con los monstruos gigantes esperándola de nuevo, pero no tuvo más opción que ir. Ya que el interior del centro comercial había cambiado significativamente, quizás podría acceder a lugares nuevos que antes estaban bloqueados.
La cortina cortafuegos frente a las escaleras al tercer piso no estaba desplegada, pero Heather no subió por ellas. No quería ir al tercer piso, ¡lo que quería era bajar al primero!
Al seguir adelante, pasó por una tienda de electrodomésticos. Escuchó estática y se puso tensa, pero no provenía de su radio. Una televisión en el escaparate estaba encendida, presentando nada más que ruido en la pantalla, que atrajo a Heather y su curiosidad.
¿Por qué era la única televisión funcional en el mall? Entre la estática gris, algo apareció. Heather entrecerró los ojos para ver mejor.
¿Un rostro humano?
Una niña, al parecer.
— ¿Papi? —la niña dijo con una expresión de dolor.
Heather la observó con atención. Había reconocido a la niña. Aunque la cara desapareció tan rápido como apareció, Heather no pudo apartar su vista de la pantalla. ¿De dónde la conocía? Trató de recordar, pero sintió mareos al seguir observando. La estática hacía que sus ojos dolieran. Su cabeza palpitaba.
Se sintió igual al momento en que conoció a Claudia.
Heather se alejó de la televisión, sintiéndose extremadamente incómoda. No eran sólo los mareos, también se sentía irritable. Rabia estaba saliendo a flote, una emoción indescriptible. ¿Por qué?
— Esto es muy importante. Es sobre tu nacimiento.
El hombre que dijo ser un detective, Douglas, había dicho eso.
Un secreto… mi pasado…
¡Dime, papá!
Heather pensaba mientras se mordía los labios.
Lo sabes, ¿no? Lo sabes todo. ¿Quién soy?
Perdida en un laberinto, con su corazón cautivo por los giros y curvas, Heather continuó su marcha en busca de una salida. Tras vagar sin fin por una eternidad, se encontró en el comienzo otra vez.
Heather dejó caer sus hombros derrotada. A pesar de haber explorado cada rincón del segundo piso, no encontró ninguna escalera que la llevara de vuelta al primer piso. Arriesgó su vida evadiendo monstruos, y ahora estaba completamente agotada. Lo único positivo fue que consiguió reaprovisionarse de munición en las ruinas de lo que debió ser una tienda de armas. De no ser por ello, los monstruos ya habrían devorado su cuerpo.
Con lo poco que le quedaba de esperanza, Heather se arrastró por las escaleras al tercer piso.
El corredor principal llevando al atrio del tercer piso también estaba bloqueado. A primera vista, Heather sintió la necesidad histérica de gritar, pero al acercarse, notó lo que parecía ser una puerta en medio de la obstrucción. Qué estructura más extraña… ¿Era concreto expuesto? No, parecía más una roca gigante cortada y puesta ahí…
Sintió un presagio.
Este es el fin, y el comienzo. La puerta sellada llevará a la revelación de su secreto…
Heather abrió la puerta. Encontró una escalera al otro lado del atrio tras recorrer el balcón. Con una sensación horrible, descendió por ella en el abismo, eventualmente alcanzando el fondo.
Lo que debería ser el vestíbulo del primer piso se había convertido en un espacio vasto con el suelo carente de baldosas, como si las fundaciones del edificio estuviesen expuestas. La fuente que solía entretener a los visitantes se había ido. Todas las tiendas alrededor habían colapsado; no sólo los escaparates habían desaparecido, sino que las paredes y pilares también, dejando espacios vacíos. Como un coliseo en el que lucharían criaturas infernales…
Sí, era una arena. Un escenario sólo para ella y su pelea contra la muerte.
Un rugido y una forma masiva emergieron desde un vacío, sacudiendo el suelo.
Heather tembló al ver la criatura. Era mucho más grande que los gigantes que había encontrado antes. Se parecía a un gusano hinchado y enorme. Su exterior baboso y brillante se veía grueso y resistente. Heather le disparó con sus manos temblorosas. Las balas rebotaron sin provocarle daño alguno, y el gusano ni siquiera pareció afectado. Pero entonces estalló en ira. Su cabeza se abrió por la mitad, revelando mandíbulas profundas en el centro, bordeadas con dientes podridos y salivantes. Los monstruos anteriores parecían adorables en comparación.
Heather huyó de los ataques de la criatura. Si el monstruo la atrapara, no sólo la incapacitaría, la aplastaría completamente. De tener suerte, tendría una muerte rápida, pero lo más probable es que sería devorada, sintiendo toda la agonía de ser masticada por los dientes del monstruo.
El gusano falló la oportunidad de comerse a Heather, pero continuó su carga y desapareció en la oscuridad al otro lado del vestíbulo. El alivio de Heather apenas duró, ya que la criatura reapareció por otro abismo, rugiendo y amenazando con sus dientes otra vez.
Heather sintió un déjà vu.
La cara de su padre destelló en su mente. Sentado en la cama, leyéndole un libro para poder dormir. El cuento de la noche era El Viajero y el Lagarto. La narración de Harry era tan profunda que dejaba una fuerte impresión en la pequeña Heather.
— Cuando el viajero con el arco y flecha escuchó esto, le dijo: “Entonces yo venceré al lagarto.” Pero el viajero no atacó al lagarto de inmediato, sino que comenzó a insultarlo. “Qué lagarto más patético. Ni siquiera da miedo.” El lagarto se enfureció. “¡Te devoraré entero!” Y se abalanzó sobre el viajero con su boca bien abierta. Esto era lo que el viajero quería. Con calma, preparó una flecha y la disparó hacia la boca del lagarto, donde no habían escamas que lo protegieran, y le dio en el estómago. El lagarto cayó y murió…
Heather se rió de lo absurdo de todo.
Un lagarto y un gusano no podrían ser más diferentes, pero se veían tan similares. Era como si el gusano estuviera imitando al lagarto, ¡como una escena de un cuento!
Su risa se detuvo. Una pregunta surgió, y ya no pudo reírse más.
¿Quién estaba imitando a quién?
¿El gusano?
O…
Su expresión se volvió seria, y apuntó su arma a la boca del gusano. Estaba segura de que sería su punto débil. Inquebrantablemente segura. Porque estaba imitando al lagarto, y quien lo hizo imitarlo era…
La bala perforó la carne dentro de su boca.
El gusano gritó un patético alarido, muy diferente a sus rugidos previos. En lugar de cerrar su boca para protegerse, la criatura de limitado intelecto respondió al dolor abriéndola más para gritar.
Más disparos, sin pausar. Sin misericordia, Heather vació el cargador en ella.
Cuando los gritos cesaron, la boca se cerró como una flor marchitándose, y su cabeza colapsó sobre el suelo, inmóvil.
Nadie aplaudió en la arena donde la pelea tomó lugar.
El silencio se diseminó en la oscuridad, y la oscuridad misma desapareció.
— ¿Qué…?
Heather abrió sus ojos y vio alrededor.
El vestíbulo había vuelto a la normalidad. Lo que había sido una ruina desolada momentos atrás ahora era un suelo blanco, decorado con una fuente majestuosa en el centro y tiendas bordeando el centro comercial.
— ¿Volví…?
¿...De la pesadilla? ¿A la realidad? ¿Soñé todo hasta ahora? ¿Estaba soñando?
No. La pistola que la acompañó durante el recorrido seguía en su mano, su cuerpo agotado tenía las heridas de los enfrentamientos, no había figuras humanas a la vista ni en el vestíbulo ni en los balcones superiores, y manchas de sangre esparcidas por el piso le recordaron que se trataba de todo menos un sueño.
Fin del capítulo
Muchas gracias por leer el primer capítulo! Espero que les haya gustado y que lean los próximos capítulos. Me tomo esto a mi ritmo, pero una ayuda en mi Ko-Fi (más compartir el proyecto) me motivaría bastante a continuar. Hasta el siguiente capítulo, nos vemos!
- Azure (SH Fact Hub/Midnight Otherworld)
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